Muchos de los padres y madres que actualmente andamos entre los 40 y 50 años fuimos de los primeros "gamers".

Somos la generación de los Commodore VIC, 64, Amiga, Spectrum 48K y 128K, Amstrad, Atari, etc. Fuimos los primeros que comenzamos a usar los primeros ordenadores asequibles para uso doméstico. Esos equipos fueron los que allanaron el terreno para la llegada de los primeros "Personal Computers" que recordarán como los 286, 386 ó 486. Con tarjetas gráficas CGA, VGA, etc. y algunos con el botón de Turbo que en esos años no pulsábamos mucho por miedo a que se "rompieran" de tanto procesas.

Esos primeros ordenadores los usábamos para jugar, mientras que para cargar los programas y juegos usábamos cassettes que en ocasiones debíamos ajustar con un destornillador para alejar o acercar la cabeza lectora.

Seguro que alguno de los lectores sonreirá en estos momentos mientras rememora su propia experiencia. Antes de continuar con lo que les quiero decir, hago un pequeño paréntesis para confirmar a los que añoran esas experiencias que existen muchos simuladores software y pequeños dispositivos que reproducen esas primeras consolas a partir de iniciativas de "gamers" como nosotros.

Algunos de esos jugadores sufrimos un "click" en algún momento de nuestra adolescencia. Existe un "click" pero desconozco las razones que lo provocan, cuando ocurre, algunos decidimos aprender a hacer nuestros propios juegos.

En ese momento todo cambia. Disfrutamos tanto o más jugando que programando, aprendiendo y proponiendo nuestros propios retos. Y ya no hay fin.

El tiempo pasa y vuelves a reconocer tus propios momentos reflejados en tus hijos. Es curioso recordar pequeños gestos como tus padres llamándote a comer mientras finalizas esa partida y estás justo en el momento en el que el GRAN MALO te está dando una paliza pero tú progresas paso a paso. Tienes que ir a comer, has de dejar el juego en el momento en el que no puedes pausar ni grabar. Pero nadie te entiende. Llegan los ultimátum de "o vienes ya o no juegas en una semana" o "como no vengas te apago el ordenador ahora mismo". Nadie te entendía.

Ahora no, ahora eres el padre gamer de un hijo gamer. Lo entiendes. Sabes que cuando le pides que deje lo que está haciendo, necesita un tiempo para llegar al punto en el que puede pausar o grabar. Actualmente, como ya sabemos, muchos videojuegos son esports, lo cual conlleva una competición y por ende unos horarios que debemos respetar al igual que ocurre en el deporte tradicional. Nadie imaginaría sacar a nuestros hijos en mitad de un partido de tenis ¿no? pero de una partida online de videojuegos sí. Seguramente para ellos tenga un gran valor jugar en ambas competiciones porque les gusta, por lo que habrá que hablarlo con ellos y apoyarles.

Con los años descubres que ya no tienes que disimular para jugar con tus hijos, ya no tienes que dejarte ganar alguna vez... un día simplemente pierdes. Todo son risas, "qué suerte ha tenido", "tengo un mal día", etc. pero vuelves a perder. Ya no hay risas. Te tienes que concentrar para no ser humillado. Ese día nuevamente todo vuelve a cambiar. Ya no tienes solamente un hijo o hija, ya tienes en casa a un perfecto adversario, alguien con quien ya debes esforzarte. Primero para no perder, pero también para que no te de una paliza de campeonato. Y todo va a mejor. Te diviertes como hace tiempo que no recordabas.

Pero todo es un ciclo y nuevamente, sin saber por qué ocurre, lo vuelves a ver. Un día aparece el click, esta vez lo ves desde otro ángulo, pero ha vuelto a pasar. Tus hijos comienzan a divertirse más creando sus propias aventuras que jugando al juego que otros han hecho. Y en ese momento sabes que todo irá bien.

Gustavo Medina del Rosario. Padre y gamer. CEO en Singular Factory