Escribo este artículo cuando el olor a verano, a crema solar y a salitre se aleja. El sol se retira antes y, aunque las condiciones climáticas propias de nuestra tierra invitan a prolongar el estío, todos sabemos que esta estación está dando sus últimos coletazos, tomando el relevo la vuelta al cole. La ilusión de los niños por comprarse la mochila de moda, la pereza de los adolescentes y los retos que se pone el profesorado son, para mí, la definición de septiembre. En cambio este año todo se está tornando gris. El miedo ha desbancado a la ilusión y la incertidumbre parece ser la asignatura estrella de este nuevo curso. ¿Volver o no volver a los centros educativos? No voy a entrar en cuestiones políticas porque no viene al caso y, además, es bien sabido que tomar una decisión de esta envergadura con la que está cayendo no debe ser tarea fácil en una sociedad donde si las cosas se complican, se buscarán cabezas que cortar y si todo sale bien, hasta el último mohicano se apuntará el tanto. Mi atención se centrará en lo importante: el alumnado. Es normal, sobre todo después del aumento de contagios de este último mes, que tengamos miedo de iniciar el curso escolar y de que la propagación del virus se descontrole, pero ¿hemos valorado en profundidad las consecuencias de la educación on line en las etapas de infantil, primaria y secundaria? Los niños no solo aprenden a través de los libros. Los niños también aprenden a través de los sentidos y para ello es necesaria e imprescindible la presencialidad. Se aprende de una mirada. De un olor. De una palmada en el hombro. De la rutina. Somos seres sociales que necesitan de la interacción con los otros para un desarrollo óptimo. Claro que la familia es un agente socializador, pero en tiempos en los que la mayoría de ellas tiene un solo hijo y los padres pasan horas y horas trabajando, ¿con quién se lleva a cabo esa socialización? Desde hace años se prevé un cambio en el modelo educativo. Seguimos enseñando a los niños del S.XXI como se hacía antaño y ni la sociedad ni los estudiantes son los mismos que en décadas pasadas. El mundo está mudando y los profesores debemos adaptarnos a esta nueva era tecnológica pero es imposible hacerlo de la noche a la mañana. El pasado marzo la pandemia nos obligó a reorganizar la enseñanza y no salió del todo mal, aunque, en honor a la verdad, nos cogió con el pie cambiado. Siendo optimistas fue el trampolín para empezar a tomarnos en serio eso de valorar otros métodos de enseñanza que implantar poco a poco. E insisto: poco a poco, ya que ni los centros educativos están dotados de los medios necesarios para hacer frente a una enseñanza no presencial de calidad ni un porcentaje elevado de familias posee los medios para que sus hijos e hijas puedan seguir el ritmo de las clases: un ordenador para varios hermanos, hogares sin internet, analfabetismo tecnológico, entre otros. Creo que esas son algunas pistas de las cosas que debemos empezar a mejorar antes de proponer una educación on line. Por otro lado, no podemos olvidarnos del alumnado NEAE (Necesidades Específicas de Apoyo Educativo). ¿Qué sucederá con los niños que presenten algún tipo de dificultad en el aprendizaje, desde un TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo) hasta un TDA (Trastorno por Déficit de Atención) o una dislexia?, entre las muchas necesidades que puedo citar. Los maestros y las maestras de educación especial que lean esto compartirán la angustia de saber que los objetivos que han tardado en conseguir con el alumnado NEAE en un curso escolar se pueden ir al traste en menos de un mes, porque la educación especial necesita constancia y, sobre todo, presencialidad. Soy consciente de que no existen recetas mágicas para solucionar esta situación que tanto nos inquieta. Bueno, puede haber una: que la Consejería contrate más personal y así bajar las ratios, pero buscamos soluciones tangibles no utópicas, ¿verdad? Todo lo descrito hace que el miedo se incruste en nuestro ánimo como se incrusta la carcoma en la madera y circule libremente por nuestro sistema nervioso. Miedo a iniciar el curso escolar y que haya un aumento aún peor de los contagios. Miedo a un sistema de enseñanza no presencial que todavía está muy verde. Miedo al descenso en la calidad educativa, más palpable en el alumnado sin recursos o con otros ritmos de aprendizaje. Miedo del hambre que pasarán los niños que se beneficiaban del desayuno cuota cero. Nadie sabe cuál es la solución, este virus nos lleva demasiada ventaja y no se anda con chiquitas. Pero no creo que la mejor opción sea que los niños no vuelvan al colegio por recelo a los contagios, porque seguirán haciendo su vida: yendo al parque, practicando algún deporte, visitando a los abuelos, ¿o los vamos a privar también de eso? Quizá sea el momento de hacer las cosas con temor, de iniciar el curso escolar arrimando el hombro, trabajando en equipo para que salga bien, al fin y al cabo, convivir con este virus haciendo uso de todas las medidas de precaución es un aprendizaje. Un aprendizaje para grandes y para pequeños.