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AL AZAR

Ya no somos Charlie

Ninguno de los medios que en 2015 proclamaron "Je suis Charlie" consideró necesario conmemorar el quinto aniversario de la matanza, publicando las leves caricaturas sobre Mahoma. Por tanto, la reaparición de los dibujos inocuos en las páginas de la revista satírica francesa no simboliza un canto general a la libertad de expresión, sino la constatación de que únicamente Charlie Hebdo sigue siendo Charlie. Se ha quedado a solas en la defensa de la blasfemia light. Los criterios de los fanáticos han sido universalmente abrazados, y no solo por miedo.

Ya no somos Charlie. El juicio en marcha a los asesinos secundarios de la redacción del semanario se erige en un entierro sin necesidad de jefes de Estado a la libertad de expresión. Algunos de los gobernantes de corte dictatorial que asistieron a la manifestación de París, en aquel enero de 2015, parecían convocados para certificar la letalidad del atentado en vez de condenarlo.

En España, sin ir mas lejos, se condena a penas de cárcel por tildar de corrupto a Juan Carlos I. Es decir, la inviolabilidad ante el hipotético crimen cometido se redondea con la obligatoriedad de no anticipar ni en sueños un delito posible del monarca. En las universidades americanas hay que advertir a los alumnos de la perversidad intrínseca de Romeo y Julieta, en lugar de protegerlos de las tergiversaciones de Walt Disney. Y las editoriales no se han peleado por publicar las memorias de Woody Allen, aunque el público lector ha castigado esta cobardía al aupar el libro a la cima de los superventas.

En el caso del islamismo vinculado directamente a la masacre de Charlie Hebdo, se ha seguido la estrategia del apaciguamiento con los terroristas. Los sucesivos autores de atentados no actúan bajo la férula islámica, aunque aúllen "Allahu Akbar" en el momento de acuchillar o atropellar. Se les despacha como locos, pero no mesiánicos sino civiles, se oculta su filiación islamista durante el tiempo suficiente para garantizar que las noticias hayan desaparecido de la portada.

Francia ya no compite con Estados Unidos por el título de nación indispensable, pero asombra que su temple revolucionario se haya aquietado ante las religiones extremas. Hablando de salud mental, los supervivientes de Charlie Hebdo han quedado seriamente dañados por la tragedia. Estas lesiones pertenecen al dominio público, porque prácticamente todos ellos han escrito libros al respecto. El colgajo de Philippe Lançon se erige en el testimonio más sobrecogedor del atentado, en la narración de la lenta recuperación del periodista que perdió la parte inferior de su rostro al ser tiroteado.

El estatuto de víctima no impide constatar que Lançon y buena parte de sus compañeros actúan desde un notable complejo de superioridad. En su discurso no plantean tanto "cómo puede haber pasado esto", sino "cómo puede haberme pasado esto". Las cicatrices abiertas se concretan en los reproches también publicados a la dibujante Coco, nombre artístico de Corinne Rey. Fue la miembro de la redacción que entregó a los asesinos el código de la puerta blindada de la redacción, a punta de fusil. Se le exige a posteriori un heroísmo suplementario.

En un ejemplo del desquiciamiento colectivo que siguió a los atentados, Coco también firmó la portada en que la revista se burlaba de los asaltantes, al grito de "Ellos tienen las armas, pero se joden porque nosotros tenemos el champán". Entre recriminaciones mutuas, Charlie Hebdo sufrió una implosión tras los atentados. Maryse Wolinski, viuda del dibujante tal vez más importante del semanario y de la Francia contemporánea, se suma a las teorías de las conspiraciones policiales de ultraderecha en el libro que acaba de publicar, Con la vida en riesgo.

Al margen del riesgo mortal, los ciudadanos que decidan incurrir en la libre expansión de sus ideas, deben pagar cuando menos su osadía con la incertidumbre. Un tribunal nunca condena a un asesino recordando que "el derecho a la vida no es absoluto", una limitación que no necesita de mayor argumentación en tiempos de pandemia, o que se sustancia en la escasez genérica de recursos en sanidad, o en el combate en defensa de la nación. Sin embargo, el recordatorio de que "la libertad de expresión no es un derecho absoluto" se cuelga de la práctica totalidad de veredictos concernientes a dicho asunto. El enunciado matizador viene acompañado de un pronunciamiento favorable en la mitad de los casos pero, aún así, es necesario que el osado sea consciente de que se ha paseado por el filo de la navaja. Se trata de que opere en condiciones de "por los pelos". Es decir, se pretende frenar el ejercicio de la materia sometida a juicio, que por principio asusta a cualquier autoridad.

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