Nada hay en este mundo que me afecte más profundamente que los asuntos relacionados con los menores, y a su protección y defensa dedico gran parte de mis esfuerzos. Por eso, cada noticia que alerta sobre riesgos y peligros en el entorno de los más pequeños obra sobre mí como un resorte. Sin ir más lejos, me he enterado recientemente de que la plataforma Netflix ha sido duramente atacada por la sinopsis y el cartel promocional de una película titulada Cuties. En el anuncio inicial de su estreno, que ha tenido lugar esta misma semana, un grupo de niñas de apenas 11 años aparecían muy maquilladas, con escasa ropa y adoptando unas posturas que la crítica ya ha tachado de hipersexuales. Tal ha sido el movimiento popular conminando a retirar (por cierto, sin éxito) dicho producto que, tan sólo en el Reino Unido, han obtenido más de 200.000 firmas, además de conseguir el cambio en tiempo récord del texto de presentación y de las imágenes oficiales, ahora con un nuevo vestuario más acorde con la edad de las protagonistas.

Que los niños de hoy en día viven inmersos en un mundo plagado de referencias sexuales es una realidad incontestable, por mucho que algunos individuos que dicen defender las libertades se resistan a admitirlo y nos tachen al resto de retrógrados o de poseedores de mentes calenturientas. Y es tan incontestable como que, en no pocas ocasiones, son los propios padres quienes fomentan o, como mínimo, no impiden la asunción de estos estereotipos. Basta con darse una vuelta por calles, avenidas, piscinas y playas para observar a chiquillas vestidas con atuendos de adultas de dudoso gusto (los atuendos y las adultas). Las cadenas de televisión han visto también el filón y muestran en sus programas a criaturas carne de casting ejecutando coreografías totalmente bochornosas y comportándose de modo inapropiado.

Esta tendencia, que los especialistas en Psicología y Psiquiatría Infantil denominan "sexualización precoz de la infancia", consiste en adelantar la adolescencia -muy particularmente la del género femenino- a edades cada vez más tempranas. El resultado es que las niñas reproducen conductas que no les corresponden y prestan una atención desmedida a su aspecto físico, con el objetivo de emular a actrices y modelos de éxito. La consecuencia lógica es que los complejos comienzan a martirizarles, elevando a la categoría de drama el hecho de tener una nariz demasiado grande, unas piernas demasiado cortas o unos dientes demasiado torcidos. Numerosos profesionales alertan de que están atendiendo en sus consultas las demandas estéticas de estudiantes que no han terminado aún la Educación Secundaria Obligatoria y cuyos progenitores les prometen una operación de aumento de pecho si aprueban el Bachillerato.

Y no se trata únicamente de que esta erotización patológica les esté robando una etapa tan trascendental como la niñez sino que, además, les incrementa notablemente el riesgo de padecer problemas físicos y psicológicos a medio y largo plazo. En definitiva, nos enfrentamos a un fenómeno antinatural que conculca gravemente el desarrollo evolutivo infantil y colabora a que la ingenuidad y la inocencia se pierdan a marchas forzadas. Conviene, pues, recurrir a las orientaciones de los expertos cuando afirman que el papel más importante para combatir esta lacra recae sobre las familias y los centros educativos. Resulta igualmente imprescindible exigir a los Gobiernos de turno que aborden con la máxima prioridad el tema de la protección de la infancia, regulando estrictamente los contenidos que la perjudican en ámbitos como la publicidad, la música, la televisión e Internet. El hecho de que una empresa de entretenimiento reconocida a nivel mundial como Netflix esté contribuyendo a la difusión de estos perfiles merece el mayor reproche social, máxime cuando la trata de seres humanos y la pedofilia constituyen actualmente dos fenómenos que, por desgracia, proliferan sin control. Y, desde luego, ni la salud ni la felicidad de nuestros menores merecen este destino.