Querido amigo, el otro día, parafraseando el mensaje que los ingleses les hicieron llegar a los escoceses, envié un comentario al periódico El País, diciendo: "Catalunya, queda't amb nosaltres..." (Cataluña, quédate con nosotros).

Al poco, recibí la respuesta de otro de los lectores que decía: "No. Ho sento molt" (No. Lo siento mucho).

Había leído un artículo en la edición digital del periódico sobre la visita a Barcelona de la Vicepresidenta de la Unión Europea, Viviane Reding, para entrevistarse con el secretario general de Unió, Josep Antoni Duran Lleida, donde instaba al Gobierno y a la Generalitat a que negociasen un acuerdo para garantizar la permanencia de Cataluña "dentro de España y de una Unión Europea fuerte".

No sé si Cataluña finalmente hará o no hará la consulta soberanista pero, a estas alturas, el daño ya está hecho. La responsabilidad recae en el Govern pero, principalmente, sobre el Gobierno de España, que no ha sabido llevar adecuadamente este delicado asunto, limitándose a descalificar y ridiculizar las aspiraciones catalanas.

Como consecuencia, los españoles hemos pasado en poco tiempo de la amistad, el afecto y el respeto mutuo, a la animadversión, la desconfianza y el rencor entre nosotros.

Parece que ahora es más fácil la amistad entre un andaluz y un francés o un portugués, que entre un catalán y un castellano o un canario.

Se suponía que el Estado de las autonomías permitiría una legislación y una administración más adecuadas a las condiciones y a las necesidades locales, para eliminar progresivamente el sentimiento de desconfianza de los ciudadanos hacia el Estado.

A su vez, la creación de un Estado autonómico pretendía resolver las tentaciones soberanistas de algunos nacionalismos de tono populachero, a los que solo les interesa arrastrar a las masas menos avezadas.

Pero las Autonomías han derivado al separatismo, amenazando con desmembrar el Estado, que era lo que se pretendía evitar.

Se pensaba que la cercanía permitiría a los votantes ejercer un mejor control sobre los gobiernos regionales, pero solo ha servido para duplicar la burocracia y consolidar el poder caciquil provincial.

Víctimas del desafecto, vivimos entre el amor y el odio y, de defender intereses comunes, hemos pasado a no entendernos unos con otros.

Carmelo es un buen amigo que con frecuencia tiene que ir a Barcelona con su mujer, donde ella acude a la consulta de un prestigioso oncólogo para hacerse revisiones periódicas. Recientemente fueron por allí y, como son unos enamorados de aquella hermosa ciudad, aprovecharon para ir un día antes y darse un paseo por Las Ramblas.

En uno de los numerosos kioscos del paseo, se hicieron con un par de periódicos y revistas. A la hora de pagar, le preguntaron el importe al kiosquero, que dijo: "Són nou amb cinquanta". Carmelo, que no entendió nada, le dijo a su mujer: "Dale cinco euros..." Entonces el kiosquero replicó: "Nooo, son nueve euros con cincuenta..."

Estupenda forma de hacerle recordar el castellano al buen hombre. Ojalá algún día sepamos comunicarnos en todos los idiomas que enriquecen este país, pero siempre será una suerte el poder entendernos también en uno de ellos.

"Una abraçada" y hasta el martes que viene.