El próximo 6 de junio se cumplen 150 años del nacimiento de Richard Strauss (1864-1949), el gran compositor muniqués de poemas sinfónicos como Don Juan, Till Eulenspiegel, Don Quijote, Así habló Zaratustra y Vida de Héroe, de las sinfonías Doméstica y Alpina, de más de 200 lieder (culminados por los geniales Cuatro últimos, de 1948) y de 15 óperas con obras maestras como Salomé, Electra, El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos y La mujer sin sombra. Wagner había muerto cuatro décadas antes de la llegada de Hitler a la cancillería alemana (enero de 1933), año en el que Strauss aceptó la presidencia de la Cámara de Música del Reich, y poco después la del Consejo Permanente para la Cooperación Internacional entre los Compositores. Este colaboracionismo bienintencionado, que se proponía proteger a los músicos que por su sangre judía empezaban a ser perseguidos (además de alejar del peligro a su nuera, también judía, y sus dos nietos), gravitó negativamente sobre él hasta el final de la segunda guerra mundial, en que fue rápidamente "desnazificado". Ni en la obra musical de Wagner hay una sola alusión antijudía ni en la de Strauss, a pesar de alguna pieza menor, de circunstancias, como el himno oficial de la tristemente famosa Olimpiada de Berlín en 1938.

Poco después del suicidio de Hitler se presentó en su casa de Garmisch un oficial americano con el propósito de arrestarlo. Strauss salió a la puerta y dijo: "Soy Richard Strauss, compositor de El caballero de la rosa y de Salomé". Invitó al militar a entrar en la casa y, después de una larga conversación, ordenó éste la retirada de sus hombres, dando por zanjado el asunto. El músico había protegido a muchos artistas judíos, el famoso director Bruno Walter entre ellos, y escrito su ópera La mujer silenciosa con libreto de Stefan Zweig, sañudamente perseguido por Goebbels. Pese al rechazo de los nazis, intentó con tesón que el escritor le desarrollara nuevos libretos, si bien manteniendo la autoría temporalmente en secreto. Fue Zweig quien, con admirable generosidad, le escribió en febrero de 1935 que "la colaboracion en secreto me parece algo que no se acomoda a su rango. Pero estoy dispuesto a apoyar con mi con-sejo a quienquiera que trabaje para usted y resolverle muchos problemas sin compensación material, tan sólo por la satisfacción de prestar un servicio a su glorioso arte".

Strauss cayó pronto en desgracia ante el nazismo, que lo toleró por sostener el mito de una cultura del Reich a despecho del autoexilio de tantos creadores. Goebbels le destituyó de la Cámara de Música en junio de 1935, sin poder prescindir de él: "Desgraciadamente aún le necesitamos, pero algún día tendremos nuestra propia música y ya no precisaremos de este neurótico decadente", escribió en sus Diarios. La fama de Strauss como frívolo y acomodaticio bon vivant, propagada incluso tras la guerra, le desacreditaba casi tanto como su pasado colaboracionismo. El hermano de Thomas Mann, Klaus, fue a Garmisch sin descubrir su identidad y haciéndose pasar por periodista: "Apenas tenía vergüenza", escribió después. "Su ingenuidad y su terrible egoísmo, absolutamente amoral, desarmaban a cuaquiera... Un gran hombre sin grandeza". Strauss murió a los 85 años convencido de que no tenía que pedir perdón a nadie. Su obra gigantesca lo avala y su vida ilustra la imposibilidad metafísica de cualquier dirigismo político sobre la libertad creadora.