Las Naciones Unidas tardaron demasiado tiempo en enviar a la OTAN para intentar parar la barbarie cometida por unos y otros en la guerra de los Balcanes, baño de sangre que sacudió Europa en la década de 1990. Mientras los distintos pueblos que a la fuerza formaban la unida república de Yugoslavia, se fueron emancipando uno detrás de otro con las armas como diálogo, las naciones democráticas del mundo decidían qué hacer con la matanza que día a día sembraba las calles y las carreteras, ciudades y aldeas, de la Federación, se iban forjando nuevas alianzas estratégicas, militares en su mayor parte, entre las recientes independizadas repúblicas y los países del entorno.

Estados Unidos aplazó la decisión de qué hacer, ya no participando en la OTAN que era su deber, sino en la cuestión geoestratégica y, por consiguiente, política e ideológica.

En 1999 estalló la Guerra de Kosovo que llevó al enfrentamiento de la OTAN y del ejército kosovar contra la República Federal de Yugoslavia. El 17 de febrero de 2008, el Parlamento de Kosovo aprobó la declaración de independencia unilateral respecto a Serbia, en un proceso apoyado por Estados Unidos y parte de la Unión Europea, como Alemania, Francia o Reino Unido.

Al final de este sangriento episodio, uno más del oscuro siglo XX, y con las bases de la OTAN repartidas en las regiones de la península, Kosovo expresó su deseo de independizarse y lo hizo. El Estado kosovar nació con la división de los miembros de la ONU que hasta el día de hoy no se han puesto de acuerdo y como ejemplo la negativa de España, Rusia, Argelia, Eslovaquia o Serbia.

Detrás de las inenarrables matanzas, devenidas en genocidio, los analistas no tenían tan claro el prioritario interés en intervenir a destiempo y tomando partido desde el principio por uno de los pueblos en guerra.

Ciertamente los kosovares fueron sujetos de exterminio masivo, al igual que los bosnios, croatas, y todas aquellas minorías étnicas que conformaban la federación yugoslava, pero en particular la región de Kosovo era la más apetecida y quizás fuera la más indefensa, por ello fue elegida para establecer una base permanente de la OTAN que controlara de sus vecinos las apetencias territoriales.

La estratagema llegó a su fin y el juego macabro se descubrió cuando se creó la base de Camp Bondsteel. Pero esta instalación no es de la OTAN: es la mayor base norteamericana fuera de EE UU. Así que toda intervención para salvar vidas y haciendas, en este caso, concluyó con un país independiente según las líneas del mapa e intervenido por la OTAN y dependiente de los dólares norteamericanos.

Desde ese puesto fronterizo de la Europa democrática se vigilan y dominan los interés de los aliados: a tiro de piedra de Oriente Próximo, cerca del Cáucaso y cómo no de Rusia; por allí también transcurren los corredores energéticos como el oleoducto que atraviesa los Balcanes y que son propiedad de las multinacionales occidentales.

Pensaba escribir sobre la situación en Ucrania, de los difíciles días que le esperan a Crimea, pero me vino a la memoria este asunto de Kosovo, al que encuentro coincidencias en el modo de salida de la partida, aunque en esta ocasión el imperio correspondiente sea otro: Rusia; y la base, Crimea.