Todos creímos que el maoísmo había muerto cuando el camarada Den Xiaoping proclamó ante los chinos que enriquecerse es maravilloso y dio comienzo el invento que logró el imposible metafísico del sincretismo político-económico entre los hasta ese instante bandos enemigos del capitalismo y el comunismo. Como le dijo el venerable mandarín a Felipe González: "Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones". La dialéctica marxista nos había enseñado lo de la tesis, la antítesis y la síntesis.

La Transición española, verbigracia, fue un consenso sintético entre los renovadores del franquismo (con algunas garrapatas camufladas) y la pléyade variopinta de los reformistas demócratas. Es verdad que, como en los trenes del oeste americano, en la época de los pioneros, algunos antisistema permanecían en los techos o en las escalerillas de los vagones: eran los supercomunistas o comunistas ortodoxos como Dios, o quien corresponda, manda. Pero en el mundo, la caída del Muro de Berlín fue como un temporal -ahora se diría ciclogénesis explosiva- para las dictaduras de izquierda; las de derechas ya se estaban cociendo en su jugo. Solo sobrevivieron los bicastristas cubanos; los sandinistas terminaron aliados con los caciques y retrotransformados en lo que combatían, sin duda por mimetismo selvático; estaba Corea del Norte, la prueba de que el hombre es más resistente que los dinosaurios a meteoritos como la familia Kim. Poco más. Lo más parecido a los maoístas de cuello Mao, gorra por supuesto Mao y vestidos con tres colores principales, el gris, el azul marino y el verde ciprés o verde cementerio, diseño Mao, eran los fanáticos islamistas de Jomeini, q.e.p.d.

Pues bien: en Canarias había sobrevivido un pack invisible de genes maoístas, que conveniente pluriclonados por la crisis y crecidos en el caldo de cultivo del dinero público de la Consejería de Cultura, Deportes, Políticas Sociales y Vivienda -qué popurrí más contradictorio- con alguna ayuda interesada de expertos de Educación, camaradas deseosos de controlar los cabos sueltos, que tanto daño han hecho a la revolución, como nos han dicho todos los grandes comandantes y comandantas de la cosa, han vuelto a demostrar que en algún ignoto lugar de ciertos cerebros hay espacio para organizar, regular, proveer, ordenar, hasta lo racionalmente impensable.

Un reciente proyecto de decreto, que ignora algunos de los principios básicos de una administración democrática, como es que la indeterminación es causa de inseguridad jurídica, trata de regular hasta los más nimios y estúpidos detalles de las llamadas ludotecas, a las que se pretende convertir, es una metáfora, en universidades infantiles de agrupamiento temporal de bebés y niños canarios preadolescentes. Todo eso en nombre de la conciliación familiar -"sí, señoras y señores", como dicen en la megafonía de Mercadona para promocionar las ofertas-, como si las ludotecas no fueran para algo más simple: dejar a los niños un par de horas o tres jugando mientras los padres o los abuelos van a hacer la compra, al cine o a tomarse unas copas. Para aumentar la formación de los chicos y chicas desde cero a catorce años se van a exigir una serie de requisitos y burocracias tipo inventos del TBO que van a conseguir un primer objetivo: triplicar los precios; y un resultado evidente: alejar a las familias más modestas de esta alternativa. Los restantes usuarios en estos tiempos de crisis no serían suficientes para hacer rentable un sector que es de los pocos en expansión.

Y todo eso por el embrollo creado alrededor de las guarderías de toda la vida. El principio de vasos comunicantes establece que enseguida se rellenan los espacios vacíos. Creado un nuevo problema, no hay uno sin su gemelo; y le toca el turno a las ludotecas y actividades extraescolares temporales, quizás como una vía para colocar a compañeros damnificados por las temerarias políticas del Ministerio de ajuste en Educación.

Si ustedes quieren un buen texto de entretenimiento, lean el proyecto de decreto (BOC del 3 de marzo). Es increíble cómo se le puede sacar tanto jugo a la pipa de una aceituna.

No se trata, por supuesto, de que no se regule la actividad, ni de que no se inspeccionen estos establecimientos. De lo que se trata es de que no se pierda de vista el sentido común con una reglamentación que haría las delicias del Amado Líder norcoreano, el del pelo cortado con bacinilla, que ha sido capaz de establecer los distintos modelos de pelado y peinado de los norcoreanos y las norcoreanas. Pero no demos ideas.

Todo lo cual tiene una conclusión: qué cantidad de gente ociosa hay por ahí. ¿No serían más productivos a la sociedad dando clases o cuidando dependientes?