Veinte años de estrecha relación con una familia canaria no es poco para una niña cuyos padres y ella de pequeñita, vivieron en el campamento de Tinduf. Hoy aquella niña tiene 33 años, otra vida y los mismos ojos grises que impactan. Veinte años no es poca cosa, tiempos en los que el acogimiento de menores en casas canarias no era ni fácil ni bien entendido por una parte de la sociedad que lo veía como un modismo que pasaría, lo cierto es que aquel movimiento de compromiso con la África más cercana abrió una brecha de ida y vuelta de la que hay que "culpar" a muchos educadores, jóvenes maestros, que no eran conscientes del alcance que tendría su implicación. Aquí hago un paréntesis para aplaudir el trabajo de Carmelo Ramírez, cuya vida está atada a un movimiento que ha salvado tantas vidas, niños y madres que encontraron en Canarias y en Carmelo a personas e instituciones con la llave maestra del compromiso. No tuvieron miedo en dejar a sus niños compartiendo habitación y juegos con chiquillos canarios. Somos de fiar y ellos lo descubrieron pronto.

Cándido fue uno de los primeros que acogió dos niños saharauis en casa, él y su familia. Año tras año vivía ilusionado con la llegada de Fátima, que pasaba los veranos en casa y a quien un grupo de personas le pagaron los estudios. Hoy trabaja en un hospital canario. Recuerdo la alegría de aquella niña cuando estrenó gafas. No sabía ni limpiarlas.

Fátima vive en Las Palmas en un piso con más habitaciones de las necesarias para ella y su chico. Su papá canario está delicado de salud así que desde hace un año la muchacha comparte su piso con él y uno de sus hermanos saharauis. Lo cuida. El mejor regalo de Cándido es ver a sus hijos hablando en el salón.

Lo que pasa en cada casa.