Este año que conmemoramos el centenario de la Primera Guerra Mundial no estaría de más recordar a modo de homenaje a algunas mujeres que se manifestaron cada una a su manera contra aquella inmensa locura colectiva.

No todas aquellas pacifistas han alcanzado la fama póstuma de Rosa Luxemburgo (1871-1919), la gran revolucionaria polaca y judía, que pasó la mayor parte de la guerra entre rejas, acusada de "intento de alta traición" y que fue asesinada a sangre fría por las autoridades y arrojada luego a un canal de la capital alemana.

Fundadora en 1916, junto al igualmente asesinado Karl Liebknecht, de la Liga Espartaquista, Rosa Luxemburgo denunció la guerra como fatal consecuencia de un capitalismo desencadenado y escribió lúcidamente que con ella "aumentan los dividendos y caen los proletarios".

Otra gran pacifista, además de feminista, fue la jurista alemana Anita Augspurg (1857-1943), quien junto a su compañera sentimental Lida Heymann, luchó a favor de los derechos de la mujer y de la paz con artículos en la prensa y toda suerte de inicia-tivas.

Perteneciente al ala más radical del movimiento feminista, Augspurg, que había fundado en 1904 la Liga Mundial por el Derecho de Voto de la Mujer, intentó lanzar en 1914, aunque sin éxito, una iniciativa femenina por el fin de la guerra.

Al año siguiente, sin embargo, Augspurg y Heinemann convocaron en La Haya junto a pacifistas de diez países una conferencia que propugnaba el desarme y la solución pacífica de los conflictos internacionales y de la que salió un comité internacional de mujeres por una paz duradera.

Acabada ya la guerra y durante la República de Weimar, en 1923, la pareja de feministas pacifistas reclamó del ministro bávaro del Interior la expulsión de Adolf Hitler por incitación al odio racial, lo que hizo que los nazis las amenazaran de muerte.

Recordemos también a la química alemana Clara Immerwahr (1870-1915), esposa y coautora de varias publicaciones del premio Nobel de química de 1919 Fritz Haber, hombre de talante abiertamente belicista cuyos trabajos fueron cruciales para el empleo masivo de armas químicas por el Ejército alemán.

Clara Immerwahr rechazó desde el primer momento las aplicaciones militares de las investigaciones que llevaba a cabo con entusiasmo su marido y terminó quitándose la vida, suceso que algunos relacionan con el horror que sintió por la muerte de miles de soldados por culpa del gas cloro en la segunda batalla de Ypres, Bélgica, (1915) y otros, con su humillación al descubrir a su marido con una querida en su propio domicilio.

También se distinguió por su pacifismo una aristócrata, la princesa Teresa de Baviera (1850-1925), hermana de Luis III, una naturalista autodidacta, que adquirió todo su saber científico gracias a sus expediciones, que la llevaron a Rusia y los Balcanes, al círculo polar ártico y a todo el continente americano.

Políglota, fue la primera mujer en ingresar en la Academia de las Ciencias Bávara y recibió en 1897 un doctorado honoris causa de la Universidad de Múnich, institución en la que por aquel entonces no podían estudiar aún las mujeres.

Cuando a raíz del atentado de Sarajevo contra el heredero del trono de Austria-Hungría, el archiduque Francisco Fernando, ese imperio declaró la guerra a Serbia, Teresa de Baviera estaba a punto de emprender otro viaje alrededor del mundo, que tuvo que suspender tras el estallido de las hostilidades.

La hermana del último rey de Baviera no compartió en ningún momento el entusiasmo de la mayoría de sus allegados por un conflicto del que esperaban conquistas territoriales, y escribió a una amiga en 1914 desde su villa de Lindau, en el Lago de Constanza: "¡Es pura locura que esto suceda en una época como la nuestra, culturalmente tan desarrollada!".

Y continuaba aquella carta: "No veo el final de esto hasta que las finanzas públicas se arruinen, se acabe con el bienestar general y se haya diezmado la población".