Alberto: ¿Nos querías calladitas?.? Gallardón, ya no puedes, ni tú ni tu santo ministerio de Justicia van a conseguir que las mujeres nos quedemos paradas, pasmadas, silenciosas. El otro día me iba a bajar un barranco y no lo he hecho, por tu culpa. He tenido que venir a recordarte que no, que no vas a hacer que decidan por nosotras, que ni siquiera la psiquiatría está de tu lado y eso que tú la instas a que firmen un papel que nos avale. Que eres un anacronismo, que se acabaron los inventos en que las mujeres tendíamos a la histeria por nuestra naturaleza. Que ya no nos subordina nadie. Aún no te has enterado, y eso que te dieron estudios, qué pena de gasto.

Te quiero informar de que participamos en la revolución inglesa aunque hay quien prefiere llamar La Gran Rebelión o La caída de la Monarquía Británica, en la estadounidense, en la francesa que hemos ganado nuestros derechos fundamentales a pesar de tipos que, como tú, pensaron que podían pensar por nosotras. Puedes seguir diciendo que las mujeres son seres desprovistos de autocontrol pero es que eso es muy rancio, ya no te creerá nadie. Ya sabemos que te da rabia, pero qué le vamos a hacer, yo por ti a lo mejor hago una manifestación o lanzo una proclama pe-ro, hijo, de ahí a perder un derecho, uno tan fundamental co-mo el derecho a tomar mis propias decisiones, perdóname, ministro, pero es que pides demasiado. Mi madre ya me enseñó sobre hombres como tú, y que contra el derecho de pedir de más la obligación de dar de menos.

Que ya sabemos que lo estás intentando con el rollito de los sentimientos religiosos, pero es que ya nos han venido tantas veces con ese cuento que estamos crecidas.

Que lo que queremos es un espacio público de reciprocidad, que sí, que yo te lo explico despacito y tú lo entiendes.

Más ayudas a la dependencia, que siempre nos toca a nosotras hacer triples jornadas, que nuestros padres, madres y familiares enfermos no tengan que sufrir pensando que serán una carga después de toda la vida trabajando.

Que nuestros hijos e hijas tengan más guarderías sin que nadie se enriquezca con ello. ¡Un servicio, ministro, un servicio para las familias!

Y, una cosa muy importante, que no nos maten Alberto, que no nos asesinen.

¿Por qué no te preocupas de eso ahora que eres todo un señor ministro? Si lo hicieras, ¿tú sabes la de trenes que te pondríamos con tu carita pintada en la puerta? Y tú sonriendo y pensando lo bien que lo esta-bas haciendo. ¡Si no es tan difícil! ¡Si lo llevamos pidiendo tanto tiempo! Es que claro, ahora ya no te lo pedimos, ahora es una exigencia, tú te lo has buscado. Y no vamos a cejar en es-te empeño, mira que eres simplón, si te vamos a sacar del ministerio con canciones, to- tal por dos leyes que le habías prometido -¿a quién, Alberti-to?- a un cura, a un obispo? a esos los invitas a comer un día a una marisquería y ya está, a uno del opus, a esos les dice que apoyarás una beatificación y se callan... pero es que nosotras, las mujeres, ahora somos muy listas, Gallardón, ya no somos ciudadanas de segunda clase.

En el único club en el que no hemos arrollado es precisamente en el de tu santa iglesia, y la de tu colega de interior, ¡mira que son ustedes anticuados!

Un día, cuando vayas a misa con Jorge, sí, hombre, que él va todos los días, que nos lo ha dicho, le ponen una vela a, yo qué sé? ¿de quién es devoto el ministro del Interior? ¿de San Pablo? Pues le rezan dos avemarías por las pecadoras y nos dejan en paz. Si es sencillito, Alberto.

Vamos a "hacer todo lo posible para conservar lo que es nuestro, y nuestras aliadas son las leyes de la naturaleza, las de la razón y las del país" pero esto no es nuevo, ya lo dijo Brilliana Harley en 1643 mientras estaba cercada y sitiada en su residencia de Herefordshire.

Son ya tantos siglos de lucha que tú pensabas que nos soltabas un decretazo, o una ley, y todas a callar.

Lo que todavía te tenemos que enseñar, Alberto.