En los prolegómenos a 1914, las grandes potencias europeas medían sus fuerzas de reojo. Alemania se temía la pujanza militar y agrícola, amén de la enorme extensión geográfica, del imperio zarista. Inglaterra desconfiaba del empuje industrial alemán y de sus ambiciones coloniales en África. Francia coqueteaba con los Balcanes, mientras ampliaba su presencia en la ribera sur del Mediterráneo. El Imperio Otomano se deshacía lentamente, dejando tras sí una larga lista de enclaves por ocupar. La prensa nacionalista incitaba a los halcones de la firmeza que, como su nombre indica, jamás tenían suficiente. Italia había ocupado Libia; Bulgaria y Serbia se enfrentaban por estrechar una alianza paneslava con Rusia; y todos los países deseaban mantener el control de los estrechos esenciales para la flota: del paso del Bósforo a Gibraltar. En posición débil tras el desastre de 1898 y tras un largo siglo de errores y guerras internas, España observaba la escalada prebélica entre la distancia y la envidia, condenada a la segunda división del reparto mundial. Se ha escrito que la de 1914 fue la primera guerra moderna, tanto por sus inicios como por su desenlace, aunque al mismo tiempo es indudable que responde a un patrón universal: la necesidad de acrecentar -o, al menos, de no ver mermado- el perímetro de influencia de cada una de las potencias hegemónicas.

Cien años después, Europa ha cambiado notablemente: Inglaterra es un pálido reflejo de lo que fue, el Imperio Austro-húngaro desapareció y el colonialismo constituye un amargo recuerdo del pasado. Una sola moneda corre por las arterias financieras de los principales países del continente. La falta de presupuesto militar -además del paraguas estadounidense- explica la escasa operatividad de la mayoría de ejércitos europeos si se vieran forzados a actuar a gran escala. Del equilibrio de fuerzas de hace un siglo a la coyuntura actual, la geografía del poder se desplaza hacia el Pacífico. Gracias a su capacidad industrial, Alemania continúa dominando el centro del campo en la zona euro; pero Francia languidece dulcemente y la periferia mediterránea intenta recuperarse de los efectos indigestos de un atracón de deuda. Occidente envejece deprisa a pesar del dinamismo tecnológico, lo cual genera una espesa sensación de debilidad que ha sabido aprovechar Pekín para negociar con fiereza el acceso a las materias primas en África y en Hispanoamérica y su explotación. Frente al endeudamiento masivo que ha lastrado la prosperidad de estas últimas décadas en Europa y Estados Unidos, China saca ventaja de su enorme fortaleza crediticia. El dinero manda, como sucede casi siempre. ¿Hacia dónde se dirige la humanidad? El patrón de 1914 nos recuerda que no debemos desdeñar la gramática de los perímetros de influencia.

Tras la revolución del Maidán, Rusia ha decidido sacar sus garras e intervenir en la península de Crimea. Están en juego la flota rusa del Mar Negro -ese punto geoestratégico-, el futuro democrático de Ucrania y el mapa mental del nuevo imperio ruso. Zarpazos del viejo oso soviético. ¿Qué opciones le quedan a la Unión Europea? Más allá de abandonar a los ucranianos a su suerte, endurecer el tono con el Kremlin y amenazarlo con una larga lista de sanciones económicas y políticas, poco más. ¿Y Washington? Sin duda, tampoco irá a la guerra, ya que nadie tiene mucho que ganar en un conflicto militar. Hay, eso sí, intereses vitales que actúan como líneas rojas. Y para Moscú, Ucrania constituye uno de ellos.

El presidente Putin sabe que el tiempo está de su parte. El gas natural que calienta los hogares de Centroeuropa es suyo. Cualquier sanción económica podría suponer cerrar el grifo energético; mientras, se deja caer a Ucrania en la bancarrota y se arma a grupos paramilitares al este y al sur del país. La guerra civil en Siria y el desarrollo de la bomba nuclear en Irán son piezas alternativas en el tablero de la tensión internacional. El gigante chino ni pestañea. Conoce su propia fuerza y contempla cómo se dañan entre sí los que fueron un día los gigantes de Europa. Entre el ying y el yang, la inacción se sopesa como una virtud oriental. El trasfondo trágico de la humanidad, en cambio, es una constante de la Historia. Al igual que la violencia. Sorprende que lo olvidemos tan a menudo.