Poca gente sabe que en la mañana del martes 11 de septiembre de 2001 subía a un avión en Madrid con destino a la ciudad de Chicago por motivos de trabajo. El avión era un recién estrenado Airbus A340. Por un piloto de Iberia he sabido que la matricula de aquel avión era EC-HGV y que fue bautizado con el nombre de María Guerrero. Con más de 60 metros de longitud, 17 metros de altura y una velocidad de crucero de 900 km/h, el Airbus A340 es un avión de cuatro motores, fuselaje ancho y largo alcance (14.000 km si está cargado con su peso máximo). Fue diseñado para competir con el Boeing B747, el famoso Jumbo, hasta entonces el avión más grande del mundo.

Tras más de cinco horas de vuelo y cuando el avión sobrevolaba Canadá, el comandante informó de que había recibido orden de girar y regresar a España. Los pasajeros nos alarmamos. Después siguió informando de que se había producido una catástrofe en Nueva York y las autoridades aeronáuticas habían ordenado a todos los aviones con dirección a EE UU que aterrizaran inmediatamente en el aeropuerto más cercano. Muchos aviones aterrizaron en suelo canadiense pero el A340 tenía autonomía para regresar a Madrid. El comandante permitió que los pasajeros utilizaran los teléfonos; pronto empezamos a conocer detalles confusos del desastre y que los muertos se contaban por miles. Unos hablaban de bombas, otros hablaban de ataques aéreos. El vuelo de regreso a Madrid transcurrió con tristeza y en silencio. Llegamos a Barajas a medianoche. Tras volar 12 horas a ninguna parte, el personal de Iberia nos recibió para informarnos, reorganizar los vuelos y enviarnos a un hotel.

Cuando encendí la televisión en la habitación del hotel, la realidad superaba a la ficción. Las radios y televisiones informaban de que EE UU había sufrido el mayor atentado terrorista de su historia: dos aviones comerciales secuestrados se estrellan contra las Torres Gemelas del centro económico del mundo y un tercero contra el Pentágono. Un cuarto, con probable destino hacia el edificio del Congreso, se estrella en Pensilvania segundos después de que los pasajeros lograran abatir a sus secuestradores. Detrás de los ataques no había ningún país sino la red terrorista Al-Qaeda, cuyo líder era Osama Bin Laden. Los atentados produjeron 3.000 muertos y más de 6.000 heridos. Los terroristas fueron 19 hombres árabes: 15 de Arabia Saudí, dos de los Emiratos Árabes Unidos, uno de Egipto y uno de Líbano. Cuatro semanas después, EE UU invade Afganistán para capturar a los responsables y centra su mayor preocupación en la seguridad nacional. Se tomaron huellas de 80.000 árabes y musulmanes, 8.000 fueron entrevistados y 5.000 fueron detenidos. El 1 de mayo de 2011, tropas especiales de EE UU dan muerte a Bin Laden en su cuartel general de Pakistán. Se han escrito cientos de libros y miles de artículos sobre el porqué de este extremismo violento contra el mundo occidental. Para los líderes islamistas de Al-Qaeda, los ataques del 11-S se enmarcan en su objetivo de universalizar la yihad o guerra santa a través de un proyecto ideológico y político de conquista e islamización forzada o destrucción del mundo moderno y no musulmán. Una interpretación del Islam que bendice a quien se quita la vida o la de su hijo atándose una bomba al cuerpo causando una masacre para conseguir sus objetivos y disfrutar de un Paraíso con decenas de mujeres es una aberración que está excluida del concepto de civilización. Los ataques terroristas a aviones de la Pan-Am, TWA y otras aerolíneas en los años 70 y 80 del siglo pasado, los cientos de atentados suicidas contra objetivos civiles en numerosos lugares del mundo en los últimos 40 años, y la explosión de los trenes de Madrid de 2004 y de Londres de 2005 son ejemplos de una interpretación enfermiza que perjudica a los millones de honrados creyentes del Islam en el mundo.

He estado en Nueva York después de los atentados. El área arrasada por los ataques, conocida como Zona Cero, tiene una extensión de 65.000 metros cuadrados y dejó dos millones de toneladas de escombros. El problema con una catástrofe colectiva de esta envergadura no es sólo el lugar, los edificios destrozados y las miles de vidas perdidas. La civilización quedó marcada para siempre. En esa misma área se están construyendo desde 2004 los cinco rascacielos del nuevo World Trade Center pero la fecha prevista para su inauguración no será hasta 2014. Esos rascacielos, monumentos y plazas serán testimonio de que el mundo se ha convertido en un lugar más peligroso por culpa de unos perversos fanáticos que odian y asesinan en masa en nombre del Altísimo. Buen día y hasta luego.