El año que viene se acaba el mundo según los mayas, cuyo reloj retrasaba visto el incremento que toma la crisis. Sin embargo, estamos muy atareados para ocuparnos con las novedades que nos deparará 2012, cuando hemos empezado un sobrecogedor 2011. La regularidad ominosa del inaugural 1/1/11 pasó desapercibida aunque debió imponerse a las noticias del día, especialmente porque no se produjo ninguna. Y esa simetría agobiante se superará en noviembre, cuando se desplome sobre nosotros el estilizado 11/11/11. Pese a ello, la sociedad está más atemorizada por el cambio climático, que da mejor en las fotos. Occidente declina porque ya sólo cree en lo que ve, ha dejado de contar.

En armonía con nuestra historia reciente, el machacón 11/11/11 será proclamado el día de la alarma global de Al Qaeda. La regularidad numérica sólo obsesiona ya a los terroristas escatológicos -cuatro aviones en Estados Unidos, cuatro trenes en Madrid, cuatro vagones de metro en Londres-, que identifican la purificación con la simplificación. El resto del planeta se curó de las cifras ominosas cuando los ordenadores se empeñaron en seguir funcionando en 2000, pese a estar infectados con el virus del milenio. Aquel triunfo de la civilización desarrolló el espejismo de nuestra inmunidad, hipótesis reforzada tras el fiasco de la gripe A. Ya sólo bromeamos con las cifras que incluyen el dúo 69, aunque la proliferación de parejas que se dan la espalda vendría mejor simbolizada por el 96.

Pese a los precedentes fallidos, el viernes 11/11/11 emerge como un desafío. Su orgía capicúa empeora al juguetear con su composición. Por ejemplo, al multiplicar 111 por 111 se obtiene 12321. El producto de 1111 por 11 es 12221, y así sucesivamente. Esta invasión de capicúas ha de tener por fuerza consecuencias perversas, nuestro último refugio es que la situación no puede empeorar. El mundo ha sobrevivido de momento a quienes se apresuraron a decretar su final, empezando por los simpáticos mayas, pero no menospreciemos nuestra perseverancia.