La nacionalista Jamnia Brito les ha hecho un chantaje emocional a los parlamentarios canarios, que han adquirido el compromiso, a la vuelta de las elecciones, de debatir una proposición no de ley para aplazar dos semanas en Canarias el Día de la Madre. La proponente ha barrenado el sentimentalismo (¿quién no lo tiene por su madre?) de sus señorías para priorizar una modificación de la festividad en el calendario, enmarcada en el primer domingo de mayo. En la trastienda de la propuesta está, según la diputada, el pionerismo de Breña Alta (La Palma) en la celebración (cumple 75 años), así como en la adaptación del señalado día a otros territorios latinoamericanos y europeos. La primera impresión es que nuestros representantes viven en un mundo distinto al que usted y yo pisamos todas las semanas, y que no les embarga preocupación alguna por las lacras económicas que nos azotan. Los señores diputados no tienen de qué debatir, sus agendas están más limpias que un lago azul y lo mejor es dedicarse a una especie de adanismo para dar cumplida satisfacción a esta felicidad que aflora por todos lados. Nada mejor que hacer la observación colectiva (¡gran consenso de la democracia!) de que el arco parlamentario entrante, una vez celebradas las elecciones, va a encomendarse a la labor política con la prioridad de modificar el calendario para homologar el Día de las Madres. Son las ventajas de no padecer una crisis galopante, de que todo hijo de vecino tenga un pudiente puesto de trabajo, de que las infraestructuras crezcan como setas y de que los honorarios que reciben nuestros trabajadores provoquen la envidia del resto del planeta por lo equilibrados que son. En la sede de Teobaldo Power, donde se deciden cuestiones de tanta enjundia como el Día de la Madre, es hasta de buen ver hablar, dialogar y negociar sobre el collar que deben llevar en primavera los perros que aúllan en Betancuria y que no dejan dormir a los vecinos, pese a que el Ayuntamiento acordó en un pleno suministrarles una ración extra de pienso. El argumentario de la proposición no de ley ocupa una línea más de la mitad de un folio.

Todo este fenómeno reduccionista que ocurre en el Parlamento de Canarias, donde sus señorías están más preocupadas por satisfacer a su parroquia que al global de los isleños, se llama aldeanismo, exaltado ahora con la vecindad electoral. Jamnia Brito, a la que no tengo el gusto, y que seguro que es trabajadora como ella sola, quiere llevar un trofeo a sus votantes, y otro tanto de lo mismo se cuaja en otras esferas partidistas. Son cuestiones que no hacen daño a nadie, asuntos muy locales en los que no hay dinero por medio, ni grandes intereses de empresas; bagatelas por las que casi no vale la pena ni pasarse por el Parlamento, tan arrullado por la tranquilidad social y el ascenso de las clases medias. Apartados del desarrollo ordenancista, pie de página del anecdotario, que en caso alguno pertrechará de politología los tratados, ni servirá para hacer época como alimento de la constancia autonómica. Realmente el aldeanismo no va en solitario en el contexto del comportamiento diputadil, sino que lo acompaña la preocupación por una mejor marca de la profesión: mejores ordenadores, portátiles más eficientes, sillones más cómodos, jubilación honorable, paro acorde, dietas decentes... Todo lo que conlleva, en definitiva, el mantenimiento digno y pulcro de una democracia, muy bien defendida de la corrupción.

¡Señorías, pueden votar por el cambio en el calendario del Día de la Madre! En Breña Alta, maravilloso lugar, esperan una satisfacción. Los diputados han cumplido con su menester público.