Parece evidente que la política de recortes impuesta con puño de hierro por Alemania descansa en el credo de la eficacia económica, objetable o no, y resulta también obvio que ese tiralíneas marcado abona un amplio espacio en el que opera el viejo dilema de la ética económica, tan castigada por la imposición de los nuevos valores. La reducción de la deuda y la aniquilación del déficit son los nuevos altares sagrados, dado que, según las prioridades de estas políticas, hay que sanear primero la economía y ganar competitividad al mismo tiempo sin que importen los costes: la disminución del gasto social, los perjuicios sobre el crecimiento, la frágil cohesión social o la decaída estabilidad política. Todos los elementos que sedimentan el suelo social quedan supeditados al Olimpo en el que se ha instalado la supuesta eficacia, aunque las consecuencias deriven en una sociedad menos igualitaria. ¿Los inmensos recortes del Reino Unido en el periodo de entreguerras lograron acaso reducir la deuda? Por el contrario, ¿sus políticas de austeridad no la elevaron al desarrollarse en un marco en el que la deuda estaba disparada? Así fue. Tampoco importa: hoy imperan los trazos gruesos. Ni siquiera los lances de la propia historia alemana desvían sus criterios sobre Europa. Alemania desea repetir la historia como tragedia, aunque esta vez quede a salvo. Son otros los que sufren las consecuencias.

Fue Keynes quien alertó de que las duras condiciones impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial tendrían efectos negativos sobre la economía de ese país y sobre la de Europa en general. Keynes acudió a la Conferencia de Versalles como representante del Tesoro inglés y propuso un plan alternativo, alejado de la coerción por el castigo. No le hicieron ni puñetero caso. Dimitió, volvió a casa y publicó Las consecuencias económicas de la paz, cuyas tesis son conocidas: las cargas impuestas a Alemania tras la derrota eran abrasivas, lo que conduciría a una fractura social de enormes consecuencias. Acertó: República de Weimar y ascenso del nazismo. Hitler.

Keynes, además, criticó el reduccionismo de Clemenceau y de Wilson. Los "estadistas" no pensaban en términos civilizatorios, europeos, mundiales. Sólo en jugadas estratégicas y cortoplacistas, vino a decir. Del estadounidense dijo que su pensamiento era teológico, no intelectual. Al francés le llamó "ciego y sordo Don Quijote". En realidad, Keynes subrayó que la austeridad radical perjudicaría el orden social y golpearía la civilización europea. ¿No es la medicina que aplica Alemania hoy renunciando a leer su trágico pasado? ¿No la está recetando en Grecia cuando es evidente que el país no puede resolver los pagos y que no puede soportar el ajuste? ¿No actúa Merkel como actuaron Clemenceau y Wilson?

España está aplicando el catecismo con rigor. Enormes reformas aun a costa de socavar elementos del bienestar social. Sin embargo, el horizonte está repleto de problemas. Los ajustes son refractarios a la demanda, tanto interna como externa, lo que conduce a visualizar el peligroso semáforo rojo de la deflación. Por otra parte, España posee un océano de deuda pública pero también privada. Y hay que pagar al mundo el 90% del PIB. Si el endeudamiento se ha de reducir mediante las exportaciones, el sentido común dice que lo primero que hay que comprar en el exterior es tiempo. El tiempo -que es dinero- se ha de adquirir en el mercado de Bruselas. Y ahí entra la negociación y la voluntad política. Y la autoridad de cada país.

Aseguran los expertos que este año España acabará con un excedente en la balanza de bienes y servicios por primera vez en mucho tiempo. El cielo pinta azul. Si la coyuntura que predicen es cierta, Rajoy ha de pedir a Bruselas una política de equilibrios racional. Un marco de simetrías superador del esquema amo/esclavo. España está tratando de redimirse y reconquistar el tiempo malbaratado caminando hacia el excedente exterior, pero el Norte europeo también ha de reducir sus excedentes en un intento de recuperar la armonía colectiva. ¿Lo hará o se conducirá con la visión corta de Clemenceau y Wilson? Hay también una política de la cesión. Y no sólo unos -los de abajo- han de ceder.