Hoy se recuerda en todo el mundo de talantes disimiles el aniversario de la caída del símbolo mundial e histórico del triunfo del capital. Allí se fue el enemigo oriental del poder y el abuso, de la arrogancia y de la soberbia intentando con un golpe de efecto, que posteriormente resultó más importante psicológicamente, económicamente y bélicamente, de lo que en un principio se creyó, destruir la moral del imperio.

Cuando un estado desea que el resto del planeta sepa que está entrando en el sistema adecuado a los tiempos que vivimos, alza un enorme edificio en el centro de su capital y lo convierte en su talismán financiero, allí debe reposar para visitantes y naturales el poder de la economía de mercado donde casi todo vale y el estado es un admirador más de las increíbles argucias del sistema.

La solemnidad de este día, marcado con los extraordinarios discursos dedicados a la memoria de los que murieron, a los que participaron como héroes y las advertencias a los criminales, se cubrirá de una sublime oración al caer la tarde para que dios siga bendiciendo América como el pueblo que sigue el único camino posible entre trabajo, fe, esperanza y justicia.

El presidente de los todopoderosos EE UU Barack Obama se ha encontrado un país inmerso en una guerra que no acaba, en una crisis económica que no remite y con un frente político engendrado en sus entrañas que quiere solidificar la política económica, exterior y de guerra. El Tea Party con su aliado republicano es un siniestro aviso de que no todo está hecho a la manera americana.

El sistema religioso de algunas civilizaciones como la historia se ha encargado de desvelar, se ha ido pervirtiendo hasta límites desconocidos deteriorando su fundamento -la compasión- hasta llegar a la destrucción del ser humano y su cultura, así como el gobierno económico imperante actualmente nos tiene sumidos, a unos más que a otros, en la misma tiniebla. La circunstancia histórica ha hecho que estos sistemas de valores particulares se puedan yuxtaponer configurando el mayor conjunto de espanto que pueda pensarse, razonarse y practicarse. Y así, aunque miremos para otro lado tampoco hay luz.