El déficit de credibilidad exterior de España no es nada comparado con el interno. La "fe nacional", magistralmente descrita por Pérez Galdós a principios del siglo pasado, está como unos zorros por motivos varios, entre los que ya salta al primer plano la bacanal bancaria y su cuota-parte en la paralización del país. Avistamos tan solo un conato clarificador de la cadena de abusos, latrocinios y felonías de la caterva de delincuentes o ineptos que han provocado el marasmo. Tanto como a la banca sana, interesa al Estado llegar a las últimas consecuencias en la depuración política, y a los tribunales no dar un paso atrás en la inculpación y condena de la parte sórdida y sucia, todo ello en bien de la sociedad pero igualmente de una actividad financiera y crediticia fundamental en coordenadas legales. Es inobjetable la decisión de imputar a todo el consejo de Bankia, adoptada por el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu a resultas de la querella de UPyD. En modo alguno cuestiona la presunción de inocencia, pero urge exculpar a los verdaderos inocentes y delimitar las responsabilidades penales, si las hay. La maltrecha imagen de la Justicia se juega mucho en este reto, cuya onda expansiva debe implicar denuncias contra todos los que se alzaron con recompensas fastuosas por gestiones catastróficas. Sería altamente sospechosa una intoxicación dirigida a desacreditar al juez Andreu, y a los colegas que instruyan procedimientos relacionados, por supuesta ambición de estrellato o cualesquiera milongas de repertorio.

En el plano político, la también maltrecha imagen del gobierno tiene una oportunidad de oro para rehabilitarse de conductas indigeribles como la de salvar la quiebra de Bankia con miles de millones deducidos de las necesidades básicas de los ciudadanos, no fulminar el blindaje de los exdirectivos que se van de rositas con pellas ofensivas, o bloquear una investigación parlamentaria que sería el primer testimonio de credibilidad ante el proyecto de armonización fiscal y bancaria de la Eurozona. Las fuerzas ocultas siguen siendo, al menos en apariencia, más poderosas que las institucionales. Y esto debe acabar.

El escándalo Barclays en Londres verifica otra gravísima forma de corrupción bancaria, pero el problema español es el que nos importa. El Reino Unido no quiso ser Europa en la primera unificación efectiva, la monetaria, y sigue aferrado, pese a la inminente caída de la libra, a la rijosa "splendid isolation" que ya anuncia el cierre de fronteras a los europeos en apuros. Aquí necesitamos concentrar energías en merecer la solidaridad e la UE, con acciones contundentes contra los propios errores y los ajenos que nos mortifican. Por ejemplo, apelar a la justicia internacional frente a las agencias de rating que destrozan, tan ricamente y sin el menor riesgo, la confianza en nuestras emisiones de deuda soberana. Ya está bien de impunidad en un mundo que los especuladores nos hacen invivible.