Si a la vida hay que boxearla con habilidad, los envidiosos deberían durar a nuestro lado menos que una saliva en una plancha caliente. A veces los humanos nos llevamos sorpresas de los amigos que menos esperamos, y sus malas intenciones nos asombran tanto como una radio que funcione sin pilas. Entiendo que las debilidades humanas nos pueden traer algún que otro disgusto y que tenemos que encajarlo eligiendo una de las dos opciones: soportando la actitud del envidioso porque no vale la pena sufrir por quien no se lo merece, o salir corriendo de su lado como si nos dispararan perdigones en el trasero. Servidora tengo una amiga a la que veo poco (y no me importa que lea esta opinión), pero a la que he apreciado siempre porque es alegre y divertida y se pasa un rato ameno con su simpatía. Hacía años que no sabía nada de ella y me llevé una gran alegría al tropezármela hace un tiempo en unos grandes almacenes. Mi reacción, como siempre hago con la gente que quiero, fue la de abrazarla más que un ratito y expresarle mi cariño, pero ella, poniéndole barrera a mis afectos y metida en la trinchera del no sé qué, me espetó sin consideración, "leo todos tus artículos en La Provincia y deberías cambiar la foto, porque se ve que es de hace muchos años". De los artículos, chitón. Y del feo comentario me pilló tan desprevenida que ni siquiera supe "darle las gracias por el piropo malintencionado", porque me había hecho la fotografía el verano pasado para esta columna (que es la que ustedes ven ahora), y si mi amiga me veía tan bien en ella, es que estoy bien, a pesar de su despectiva paráfrasis (y a Dios gracias lo estoy, sin falsas modestias, sin bótox ni cirugías porque nací con una genética estupenda por el lado materno). No sé si pretendía una foto donde me pinten arrugas y papada, que no tengo.

No me gusta que me echen incienso cuando no lo merezco, pero la buena amistad se demuestra no sólo con hechos sino con buenas palabras, además de producir satisfacción hacer felices a los demás. En fin, la diferencia entre ella y yo estriba en los buenos o malos sentimientos hacia los demás y, afortunadamente, los primeros siempre han sido, son y serán los míos. Que tengan un buen día.