Entré en la cafetería y vi sentado a Juan José Millás, escritor y columnista. Me acomodé en la mesa de al lado y pedí lo mismo que él: una ginebra con tónica. Millás fijaba su vista en una pareja sentada a escasa distancia de nosotros. Me puse a leer el periódico y en la sección de opinión destacaba su columna semanal. Hablaba de un chico y una chica sentados en la mesa de al lado del protagonista. También este iba apurando un gin tonic, mientras clavaba sus ojos en ambos jóvenes. Discutían acalorados sobre Víctor Valdés. Él le reprochaba a ella no saber que era el portero del Barça. "¿En qué mundo vives?", le dijo. Ella, a quien el fútbol le traía sin cuidado y solo le importaba la pintura, quiso devolvérsela y repuso: "¿Y acaso sabes tú quién es Dalí?" "Ni del Barça ni del Madrid, desde luego", respondió ofendido el chico. Le interesaban solo los jugadores de estos dos equipos.

Interrumpí en ese instante la lectura de la columna y alcé la vista. Millás seguía escudriñando a la pareja de la mesa de al lado como un barco con su radar. Discutían. Ella se quejaba de que él solo se interesara por las matemáticas. Le decía ser un ignorante en los asuntos de la vida. Entonces él replicó resentido: "Si supieras lo que es el número pi, tendrías una visión menos vulgar de la existencia."

Millás pidió la cuenta. El camarero le dijo: "Juanjo, hoy es mi penúltimo día. Cambio de trabajo". "¿Y adónde vas, Bruno, con los tiempos que corren?", quiso saber aquel. "Pues ahí, a tres pasos, en el bar de Lolo", contestó el camarero. "¿Lolo?", escuché preguntar a Millás, arrugando la cara, extrañado. "Sí, hombre, Lolo, Lolo, ya sabes", respondió el primero, convencido de que con nombrar a Lolo ya lo decía todo. "¡Ah, magnífico! Tienes suerte", exclamó con seguridad Millás. Ninguna duda de que no lo conocía.

Lo vi salir de la cafetería. Llevaba en la mano un libro de un escritor célebre. Lo imaginé confesándole al camarero que no tenía ni idea de la existencia de Lolo y preguntándole si conocía, acaso, al autor de ese libro.