Las hemerotecas, las videotecas o la cinematecas no están de moda, y podría ser hasta que algún día se anuncie que ya es imposible almacenar más datos de una realidad que galopa a una velocidad terrible. La creencia de que no existe tal demodé y de que el hombre creará los cerebros artificiales perfectos para guardar todo lo que transcurre a nuestro alrededor me llevó, al filo de la madrugada, a mantenerme impertérrito ante un especial que emitía La 2 en homenaje a la directora Pilar Miró, muerta en 1997 después de dirigir por encargo del Rey la realización para televisión de la boda de la infanta Elena en Barcelona. La cineasta se iba de este mundo con el reconocimiento cinematográfico, pero también con su corazón maltrecho -había sido operada en varias ocasiones- golpeado por la indecencia española, que la había puesto una y otra vez entre la espada y la pared, a punto de la cárcel. A medida que transcurría el programa lamentaba que aquel ejercicio contra el cainismo nacional sólo pudiese ser visto a hora intempestiva. El magisterio más enjundioso vino del exdiputado del PP Luis Ramallo, que reconocía su error al impulsar la campaña que le costó a Pilar Miró la dirección de TVE por una supuesta malversación de fondos por la compra de unos vestidos. La directora de Gary Cooper que estás en los cielos salió absuelta después de varios meses de paseíllo judicial. Pero la selva con los depredadores no estaba al completo: otros testimonios daban cuenta cómo la cineasta había sido víctima de una campaña de los guerristas de Alfonso Guerra, el vicepresidente todopoderoso que se negaba a aceptar que la televisión pública dejase de ser una correa de transmisión de sus estrategias. El bocadillo entre las dos fuerzas acabó con una etapa televisiva en la que Pilar Miró le rogaba a Gurruchaga [Orquesta Mondragón] que no se metiese con el Rey ni con la Constitución.

¿Quién no ha sentido un escalofrío tremendo y hasta náuseas al ver las escenas de tortura de El Crimen de Cuenca (1979)? Ha sido la película más polémica de Pilar Miró, la única prohibida durante la democracia española y la que le costó un proceso militar con condena de cárcel que no cumplió. La historia real de el Cepa pasa por los restos de la censura [una especie de junta de calificación], y allí hay una descomposición general al constatarse lo mal parada que queda la Guardia Civil. UCD, débil ante las embestidas militares, cede y deja hacer al estamento. Varios años después el tricornio de Tejero protagonizaba el golpe de estado del 23-F, y Pilar Miro, con la condena militar encima por El crimen de Cuenca, pensó en los primeros momentos que irían a buscarla a su casa. Su aportación traumática (por la vía de los hechos, con la exhibición pura y dura del pasado franquista) a la transición democrática no se consideró un mérito: ya hemos dicho que PP y guerristas se unieron para machacar a Pilar Miró por unos gastos que tenían amparo legal. La creadora mostraba, una vez superado el vía crucis, su tristeza sobre cómo se había minimizado su absolución frente al tiroteo de las acusaciones.

Entre los destrozos de un lado y de otro, respetada en el mundo del cine [aunque también atacada durante su etapa de directora general de Cinematografía], desencantada con el socialismo hasta el punto de abandonar su militancia, Pilar Miró encontró cobijo en el Rey. A veces el cainismo nacional necesita, aunque sea con gestos, la superioridad humana del soberano, que le pide su saber cinematográfico para las bodas de sus dos hijas. Y ella, condenada en dos ocasiones, era seguramente una republicana de pensamiento.