Cuando llegas de noche a El Cairo lo que más te impresiona es la iluminación de la ciudadela de Saladino. A la mañana siguiente conocerás el apretado mercado de El Khalili y el bar Fishawi, el café de los espejos, un apretado pasillo rodeado de pequeñas mesas redondas donde tomas té a la menta y fumas la pipa de agua con aromas de manzana. El café de los espejos ha estado siempre frecuentado por escritores, por allí anduvo Naguib Mahfuz, el premio Nobel que en su propia carne padeció la ira de los fanáticos. El Cairo es ruidoso y caótico, una macrociudad de 14 millones de habitantes repleta de multitudes. El Cairo es mediterráneo y puede ser cordial, a los egipcios les gusta hacer música en la calle pero sobre todo les encanta practicar el regateo, una asignatura de obligatorio cumplimiento. Egipto todavía rinde culto a Nasser, aquel político que ideó la presa de Asuán, y en Egipto ha sobrevivido demasiado tiempo el presidente Mubarak. Y es que ahora nos damos cuenta de que en el Magreb hay impulsos de cambio, hay sueños de libertad ante los cuales la Unión Europea no sabe/no contesta, tal es la actitud burocrática y aletargada de las instituciones y de nuestra ministra de Asuntos Exteriores, esa chica resultona que sale muy bien en la foto pero que parece no tener pajolera idea de por dónde andan las cosas. Las multitudes se echan a la calle para pedir que las cosas cambien, y está por ver que lo consigan. No en vano Egipto es estratégico para EEUU y para todos los que siguen su rueda. Alguien tendría que darse cuenta de que el mundo islámico no es tan radical como parece, y aunque se te pongan los pelos de punta cuando vas por una de las largas avenidas cairotas y todas las mezquitas llaman juntas a la oración con su ruidosa megafonía no cabe duda de que con eso ha de convivir occidente. Pero ahora, día tras día, la plaza Tahrir, al lado del Museo Egipcio, nos recuerda que hay millones pidiendo cambios. Sería terrible no escucharlos, sería muy malo que al final todo siguiera como estaba. Los servicios secretos no previeron las manifestaciones de Túnez y Egipto, andaban apuntalando esos regímenes despóticos.