En mis tiempos mozos, las chicas serias nos reservábamos para la noche de bodas y hasta ese momento estábamos intactas. Y aunque pensáramos que si el novio se nos arrimara un poquito siempre sería un regocijo para el "body", rápidamente nos lo quitábamos del jovencito pensamiento y le poníamos "la retranca" ante el inminente peligro, quedándonos con tal expresión corporal "más dobladas que una alcayata", pues no deseábamos de ningún modo vernos metidas en semejante aprieto y parecer mujeres de Babilonia.

Ahora que ya se acaba el verano y los baños en el mar, recuerdo a una amiga de mi juventud, que vive fuera de la isla. Nos contaba al grupito de íntimas, que le habían aconsejado que para saber si su novio la quería, al abrazarla en las despedidas en el portal (zaguán) de su casa tenía que notarle "algo", y que si había "marea alta", era que el muchacho estaba por ella hasta el mismísimo tuétano, pero si notaba que había "marea baja" pues era que el muchacho no estaba por ella.

Mi amiga, algo liberal (enralada, relajona) para la época, nos contaba partida de la risa que en el zaguán nunca le ponía la retranca al novio y que notaba que "la marea siempre estaba alta", hasta que otra de nuestras amigas le contestó, "mi niña, pero eso ya no es marea alta" sino "marea con reboso". Aunque ustedes, queridos lectores, no se lo crean, servidora vine a enterarme de aquel juego de palabras muchos años más tarde y ya casada, pues sólo me faltaba media hora para ser tonta y no era más boba porque no me entrenaba, y dada mi tremenda ingenuidad no entendía ni me integraba en ciertas conversaciones, porque para ese tipo de cosas, dada mi entonces extrema religiosidad, era más rara que cultivar boniatos (batatas) en un acuario.

Lamentablemente ya hoy "ni marea baja, ni alta, ni reboso" porque los tiempos han cambiado que es una barbaridad, tanto que hasta me levanta dolor de cabeza, porque todo es tan variable como una funda de quita y pon, las ilusiones ya no son las mismas de antes, los matrimonios duran muy poco, la moral no existe, el pecado menos?, y a mí, como espectadora, no me queda más remedio que ver, oír y quedarme callada sin necesidad de anestesia. Ay, Señor, qué cosas?