El año terminó con una rara sensación de que no es lo mismo lo que de verdad ocurre que las percepciones que la generalidad de los españoles tienen, bien sea por el creciente influjo de los medios de comunicación de la derecha y ultraderecha o por las torpezas del Gobierno de Zapatero en su política de comunicación, de explicación e incluso de insensibilidad a la hora de administrarse en el tema de los medios. Eso se puede comprobar en cuanto que uno se toma el trabajo de hablar con la gente, algo que yo practico cada vez más, en busca de las raíces de ciertas convicciones populares, que responden milimétricamente a los mensajes lanzados masivamente por aquellos medios mencionados. Esos mensajes cada vez penetran más en el alma de los españoles, que se ven a veces casi ayunos de mensajes de otro color y de otra dimensión. Y casi ayunos de invitaciones a que cada uno piense y diga lo que le venga en gana, con absoluta libertad y sin esos condicionamientos que nos van a conducir a la sociedad del pensamiento único.

No es verdad que el Gobierno de Zapatero sea el culpable de lo que nos pasa en la economía, al contrario de lo que se nos asegura por activa y por pasiva, aunque sea cierto que ha cometido errores de apreciación que no le han ayudado nada en la conducción de la lucha contra la crisis. Tampoco es verdad que el partido de Rajoy y éste mismo hayan hecho merecimientos suficientes para que podamos decir que sería bueno que ganasen las elecciones, porque son escasas las pistas que nos han dado sobre sus intenciones, por mucho que podamos intuirlas al pensar en lo que están haciendo los Gobiernos de su mismo color, alguno de ellos recién elegido como el británico. El Gobierno se equivoca y tiene que cambiar decisiones a medida que cambian las circunstancias. El PP se equivoca menos tal vez porque no hace nada, no promete nada, no aclara nada, sólo espera que le llegue el poder como un regalo del cielo. Hace falta una revolución en los medios para que todos seamos iguales.