El otro día Zygmunt Bauman, uno de los principales analistas de este mundo líquido en el que vivimos, como a él gusta calificar tanto que ya no lo hace de otro modo -a mí me resulta algo floja, algo sociológica, esa liquidez-, les pidió en Wroclaw (Polonia) a los asistentes al Congreso Europeo de Cultura que no mirasen la televisión durante los cuatro días que duraba ese encuentro. Bauman, que es un tipo muy simpático, aclaró en su calidad de alma máter del congreso que pretendía que los asistentes, la flor y nata de la intelectualidad y la creación europeas, no se vieran "contagiados por el pesimismo" y poder así, en cambio, pensar un poco.

Tiene gracia, porque ciertamente uno a veces sale a la calle por la mañana después de haber visto las noticias por Internet o en televisión y le sorprende que el mundo siga ahí, que el ascensor del edificio funcione, que la gente exista y hable y que te llamen por el móvil, que las aceras y las calles y las tiendas y los bares y los semáforos sigan en su sitio y que haya árboles o algunas plantas o césped por algún lado (eso de la Naturaleza es todavía más raro aún que exista) y que, por alguna extraña razón, no nos hallemos ante el paisaje del Apocalipsis o quizás más en el caos posterior.

Si realmente nos hemos dejado llevar por el tam-tam mediático de la crisis durante esos quince minutos de primera hora, uno saluda a alguien y si sonreímos da la impresión de que es algo inaudito, pero cómo nos sonreímos con la que está cayendo. Y cuando salimos alguna noche que la gente hable de otras cosas y que haya hasta ambiente resulta... algo extravagante, lo que oxigena mucho aunque realmente esté cayendo y haya millones de afectados, algunos de una enorme gravedad, y aún venga más y la cosa sea muy seria, pero hasta los propios medios comienzan ya a medir con cuidado el espacio a otorgar a la crisis, que obviamente no puede ser poco.

Por cierto, lo que finalmente pensaron en el Congreso Europeo de la Cultura y, en realidad, era la tesis que llevaba en la cartera el viejo Bauman, es que la cultura -tanto la gran herencia cultural como la praxis cultural, la que hoy en día se hace en Europa- es el mayor valor que tiene este continente para salir de la crisis. Idea clave, que conecta -hoy aún más y en todas sus escalas- con el turismo. Y con Canarias.