El capítulo de los agravios y de las deudas históricas, mientras más lejanas mejor, porque a menos posibilidad de demostración más efecto taumatúrgico, es fundamental para el funcionamiento de la España autonómica y la autoestima de sus partes y partículas. Las autonomías trajeron consigo la multiplicación oficialista del nacionalismo de coyuntura, con comprensibles cabreos de los nacionalistas llamados históricos que no estaban, no están, dispuestos a compartir el lugar diferenciado que les corresponde como adelantados de la cosa. Catalanes y vascos, mayormente, no están nada de acuerdo en que, primero, haya otras 'nacionalidades' y, segundo, que tales 'nacionalidades' tengan iguales consideraciones protocolarias, míticas, fiscales y constitucionales que ellas. Hasta ahí se podía llegar.

Hoy el agravio nacional, pues todas las comunidades están agraviadas por todas las comunidades, es como una especie de agravio entrecruzado, es el de los enfermos 'desplazados': Desplazados: dícese de las personas que, residentes en una comunidad autónoma, se encuentran en otra, por cualquier motivo, estudios, turismo, negocios, y se ponen enfermas. En el momento en que quieren hacer uso de su derecho a la salud en el Sistema Sanitario pasan a ser 'desplazados'. Y tales desplazados han provocado un resurgimiento del nacionalismo incluso en regiones que no habían sido nacionalistas, y en los partidos 'estatales' o de ámbito nacional. Ya se sabe que los partidos nacionales son enemigos naturales de los partidos 'nacionalistas'.

Gente de apariencia sensata de Canarias, Baleares, Galicia, Madrid, Andalucía, Valencia, tanto nacionalistas como populares y socialistas, se indignan en los últimos tiempos con el asunto de la cobertura sanitaria a "los de fuera", como si en España ya no existiese un Servicio Nacional de Salud que integra a todos los autonómicos, amamantado por los Presupuestos Generales del Estado. Denuncian estas buenas gentes, con el cerebro distorsionado por la propaganda folclórico-intimista, que los 'foráneos' consumen los recursos 'propios'. Y aunque hay un fondo de compensación interterritorial para estos supuestos, parece que no es suficiente para cubrir el 100 x 100 de los gastos ocasionados por los enfermos de otras provincias. Algunas autonomías mantienen en medio del guirigay -por ahora- una sabia serenidad.

El caso es que los 'foráneos' que necesitan ir al médico en Galicia, o en Valencia, o en Madrid, o en Canarias, o en Andalucía han ido allí a algo, y ese algo por regla general deja dinero. El isleño que tiene una segunda residencia en A Coruña paga su IBI, su cuota 'mínima' -menudo negociazo- de agua y luz, compra en los súper o come en los restaurantes de la zona. ¿Cuánto deja y cuánto cuesta su atención en el centro de salud y el ibuprofeno para el lumbago? ¿Cuánto saca Madrid por los visitantes, o Cantabria, Murcia, Extremadura o Castilla y León...? Cuando se sacan las cuentas, no vale hacer trampas. Si no hubiera desplazados el negocio general se resentiría. A más desplazados, más beneficio para la economía de la ciudad o la región. Es como si los ayuntamientos decidieran que los turistas tuvieran que pagar por gastar los caminos rurales, las calles o consumir el oxígeno de los árboles.

La mejora del procedimiento de compensaciones cruzadas dentro del SNS es razonable, y todos deben ponerse a ello con espíritu solidario; convertir este tema en motivo de discordia entre comunidades y en estandarte de cruzadas regionales contra los vecinos es una solemne majadería, en 'condiciones de normalidad'. Porque también puede ocurrir que el desmantelamiento del Estado de bienestar en alguna región -causado bien por papanatismo neocons, por imprudencia temeraria o por una crónica incompetencia- pueda forzar a sus habitantes a 'huir' a otra para curarse. Este es un problema en fase de aviso que ignoran a posta quienes gracias a la crisis preparan los destornilladores para desmontar la asistencia pública. De Ikea se han quedado con lo de la 'república independiente de mi casa'. Para ellos, los desplazados son una oportuna tinta de calamar.

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