Cuando el euro se instaló en la UE, en Francia e Irlanda celebraron referendos sobre la reforma, en las respectivas constituciones, en cuanto a poner un límite al gasto relacionado con el crecimiento económico de los países. El resultado fue un «no» rotundo. Aunque poco duró el gozo ciudadano. La celeridad en acometer recortes sociales es la tónica que domina los últimos tiempos en Europa y EE UU, mucho más virulenta que en 1993, cuando se reunieron los presidentes de los 27 países de la UE para pactar unos acuerdos económicos y sociales como estela a seguir. Unos principios cuyas intenciones primeras parecieron las de debatir una reforma fiscal en profundidad, como, por ejemplo, elevar los impuestos a los más ricos (cada vez más ricos). Pero el enfado del BCE y FMI fue morrocotudo. Así que, afianzada la crisis, allá por marzo de 2010, se volvieron a reunir y decidieron plasmar en el Tratado de Lisboa lo del límite, y así darle más manga ancha al FMI y a toda la fila de siglas que por desgracia ya conocemos y que se encargan de hacer rescates torticeros. De lo que no tenemos duda es de la premura que gastan estos poderosos en hacer y deshacer y dar mala vida al personal.

Mi anhelo, no obstante, era comentar la arrogancia de madame Christine Lagarde, directora gerente del FMI, exministra de muchos ministerios en Francia, masterizada en EE UU, versada en natación, yoga, scuba, vegetariana y presuntamente investigada por abuso de mandato y malversación de fondos. Una poderosa que defiende la voracidad sin dar un margen al debate entre la ciudadanía y los presidentes de la CE. Sostiene Lagarde arrogante que "la incertidumbre es de los bancos y, por eso, hay que obtener más financiación para los rescates de Grecia y Portugal, y para eso los bancos deben ser recapitalizados con urgencia". Un sinvivir, vamos. Lagarde remata augurando "una nueva recesión en el continente europeo" y reprochando el talante tranquilo de los chinos que, aun siendo emergentes, crecen demasiado lento.

Qué mala pinta tienen las ideas de madame Lagarde y secuaces echando un aliento putrefacto sobre España, y nuestros gobernantes, siguiéndoles el dictado y reformando la Constitución sin consentimiento ciudadano.