Al parecer lo que hicieron los rusos con el búnker de Hitler en la Cancillería del Reich, fue lo siguiente: primero le prendieron fuego, luego lo inundaron, después lo hundieron y apisonaron todo. Al exterior no quedó vestigio alguno, y sobre el solar bien compactado construyeron viviendas sociales. La de borrar la memoria del oprobio es práctica antigua, en la que los romanos eran maestros (damnatio memoriae), y luego lo fueron los bolcheviques, que mucho antes del Photoshop retocaban fotos cuando un dirigente caía en desgracia. Siempre me ha dado miedo esa práctica, que ahora se cierne sobre el ciclista Armstrong, y no por el hecho en sí, ni por la memoria del caído, sino por el afán más bien totalitario de rehacer la historia, borrando caras. Puestos a borrar gestas hechas de horror, héroes que eran villanos o laureados genocidas podemos convertir la historia en un libro en blanco.