El miércoles por la tarde, con un sol de catálogo para celebrar la verbena del solajero perfecta, pudimos ver a dos impresionantes toros del país, de nombres Verdugo y Arrogante, jalando de la carreta de Teror en la romería del Pino. Las bestias producían baba en cantidad suficiente como para evacuar la plaza, pero la tropa periodística, toda ella vestida de mago, tenía la vista centrada al otro lado de esta ágora, donde enseñaban dientes los políticos, todos juntos y contentos. El objetivo, ver si alguno de ellos protagonizaba alguna animalada.

El nuevo matrimonio nacionalista, regado con un buen vino, era la comidilla de la canallesca mientras la otra comidilla, la de engullir, se perdía por el interior de la basílica para seguir sirviendo de sustento a muchos paisanos que tan mal lo están pasando. Igual de perdidos debían andar los cabezas visibles del Gobierno de Canarias, que delegaron su representación en una consejera que, a falta de esposas de generales con menos puntos en sus carnés, sigue siendo una auténtica desconocida para los fotógrafos, que casi no dan con ella pisando bostas de vacas. Lo peor, calufa aparte, la ausencia de Demetrio y sus añorados trozos de queso.