Abraham Lincoln, uno de los más grandes presidentes norteamericanos, pasó desde el analfabetismo de su juventud y sus trabajos como pertiguero en chalupas, chico arreglatodo, a hábil abogado y visionario político dotado de una insólita habilidad dialéctica y lógica. Miembro destacado del Partido Republicano, no aguantaba a los abusadores ni a los que pretendían enriqueciese engañando a la gente y predicando demagogias. Hay dos discursos suyos, separados por algunos años, que siguen vigentes. Uno es el que pronunció en una de sus campañas electorales, para defender la creación de un Banco Nacional -lo que luego sería la Reserva Federal-. Mediante la analogía trata de explicar que la creación de la nueva entidad es lo que aconseja la experiencia. "Igualmente, todos sabemos que vamos a morir. ¿Y cómo lo sabemos si no nos hemos muerto nunca? La experiencia pasada nos muestra plenamente (...) que una subtesorería sería un depósito menos seguro para la hacienda pública que un Banco Nacional" lo cual, mutatis mutandis, pude aplicarse perfectamente al hoy del desafío monetario de la UE, que debe dar el gran salto adelante. En aquellos EE UU en formación, en medio de una cruenta guerra civil, los tiburones financieros vivían a sus anchas. Finalizando la contienda dijo: "El mundo carece de una buena definición de la palabra libertad. (...) Para algunos significa que el hombre puede hacer, consigo y con sus bienes, lo que le plazca. Para otros quiere decir que unos cuantos hombres pueden hacer lo que les plazca con los demás hombres y con el trabajo de estos hombres..." Obama cita con frecuencia a Lincoln, porque su pensamiento no ha perdido actualidad; también les convendría a los europeos releer la biografía de Emil Ludwig. Con la crisis se visualiza otro de sus ejemplos. "Un lobo acaba de hacer presa en el cuello de una oveja, pero viene el pastor, le arranca la víctima y aleja al lobo. La oveja agradece, naturalmente, al pastor que le haya salvado la vida; pero el lobo le denuncia como atropellador de la libertad de la oveja..."

En el mundo de los negocios sigue habiendo lobos y ovejas. Los neocons diseñaron el proceso que debía seguir el capitalismo de amiguetes para ordeñar la economía global en beneficio de una capillita de ejecutivos sin escrúpulos. El neoconservadurismo abrazado por Reagan predicó la desregulación; que fuera el mercado, y nada más que el mercado, quien aplicara unas reglas invisibles de resultados milagrosos. Provocado el crack mundial, los bancos y chiringuitos financieros que vivían enfrascados en la especulación y en lo tonta que era la gente, tuvieron que ser salvados por los gobiernos, recapitalizados con el dinero de los impuestos de las clases medias, porque las grandes fortunas se encontraban disfrutando de un apacible periodo de reducción fiscal. Salvados los verdugos por las víctimas, ahora quieren participar de los beneficios de la reconstrucción. Imponen a través de sus discípulos, buenas cabezas para un caldo de pescado, el criterio de que para tranquilizar a los mercados y alejar los dientes de motosierra de la especulación hay que adelgazar el gasto social, seguir bajando la presión fiscal sobre los privilegiados, huir del déficit e incentivar -un préstamo regalado- a las finanzas y a sus agentes. Las mismas agencias de calificación que acompañaron a la viejita a cruzar la autopista en el momento de más tráfico, señalan ahora la tartana que debe hacer de ambulancia.

Cada día, más académicos y economistas abandonan arrepentidos esa ortodoxia que encandila a muchos tontos útiles sin criterio propio embobados ante las apariencias y el jet privado. En Europa, cuna del estado de bienestar que es símbolo de su civilización, ya se ha iniciado la rebelión contra la renacionalización del proyecto europeísta por una teoría nubosa que retoma el populismo nacionalista. La señal de sensatez que muchos esperaban ya asoma en medio de la humareda: desde los corazones del progresismo interpartidario de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos... renace la política que sentó las bases de la Nueva Europa.

(tristan@epi.es)