Las razones dadas para la reforma constitucional son varias, pero ninguna fuerte. Si acaso, la reacción de los nacionalistas, alegando que limita su soberanía sobre el déficit, pondría en la pista de una utilidad: dejar claro, hacia dentro y hacia fuera, que todos vamos en el mismo barco y en la galerna sólo hay un puente de mando. Otra podría ser dejar acreditado que, ante un gran embate, los dos grandes partidos se unirían. Por tanto, se trataría de política pura, o sea, de golpe de efecto, incluso demostración de fuerza -en este caso, la del Estado central en un modelo de poder algo disperso- para sujetar las cuentas públicas. Pero tampoco habría que descartar, como factor, la languidez de los días antes de irse, cuando uno está pero no está, y el alma visionaria se resiste a dejar el cuerpo del poder. ¡Nada menos que una primera reforma de la Constitución como final de la escapada!