El terrible terremoto en Japón ha afectado a dos centrales nucleares, principalmente a la de Fukushima, y todavía no hay informaciones suficientes para conocer las consecuencias de este fenómeno sísmico en el escape radiactivo y en las consecuencias para el futuro.

Hay radiaciones controladas y menores, según las autoridades japonesas, pero todavía los reactores siguen funcionando y el proceso de enfriamiento en curso. No se descarta ninguna consecuencia. Ocurre este accidente derivado de un terremoto en un momento de extraordinaria crisis energética que está lastrando la salida de esta crisis económica que cada vez se hace más críptica e incomprensible para los ciudadanos que la padecen.

Si el terremoto de Japón enfría las ansias de nuclearización para una energía más barata, tendrá dos consecuencias. Una positiva y una negativa. La positiva es evidente: si sigue habiendo riesgo de contaminación nuclear porque los accidentes naturales no permiten el blindaje de las centrales, saldremos ganando porque evitaremos esos riesgos. En sentido inverso, la energía nuclear, ahora mismo, es la alternativa más barata al petróleo, porque las fuentes alternativas todavía no tienen la capacidad de producción que garantice el suministro estable. En parte el mito de las renovables se ha caído.

Naturalmente que hay un paralelismo en la obscenidad de esta preocupación por el futuro nuclear, cuando se siguen buscando desparecidos en un terremoto en el país mejor preparado del mundo y que contabiliza mil seiscientos muertos, con la guerra civil en Libia. Pero al mismo tiempo, en Bruselas se deciden más ajustes en los salarios y en las formas de vida como consecuencia de una crisis poliédrica que nos está devorando las formas de vida que creíamos garantizadas.

El accidente en la central nuclear de Fukushima promete reabrir el debate sobre este tipo de energía que en realidad siempre ha estado soterrado.