Querido mentor, tras empezar la desestabilización del pacto escrito a bolígrafo entre Pérez y Rivero por El Hierro, y viajar a La Palma para sembrar la discordia, he decidido aceptar una beca de mi antiguo Ministerio de Economía, donde estuve durante la etapa de Solchaga, todavía sin tener claro ni atisbar aún ninguna señal sobre el lugar prominente que alcanzaría en la fuerza política que hoy compartimos. Te habrán llegado hasta Génova noticias sobre el escándalo que se ha querido montar sobre el asunto, y te confieso que hasta yo mismo sentí, de entrada, cierto reparo sobre la moralidad de mi decisión. Ya sabes que pertenezco por oposición al cuerpo de técnicos comerciales del Estado, una elite que se puede codear sin duda alguna entre los notarios, los registradores y los abogados del Estado. Como consecuencia de ello tengo la absoluta seguridad, y egos a la marea, que merezco formar parte de esta estancia de estudios, aunque sea diputado regional y aunque no ejerza desde hace décadas ningún puesto vinculado a la Administración Pública.

¿Cuál es mi remordimiento? Por supuesto que no es nada económico, pues ya sabes que la cuantía que nos adjudican para el curso de reciclaje de conocimientos sólo me va a ser útil para los taxis y la consumiciones del bar de la habitación. La cantidad, por tanto, no va en forma alguna a cubrir los gastos derivados de todos los contactos que quiero hacer allí, amistades, colegas y conocidos que pululan por los think thank de moda y que esperan conocer cómo vamos a gobernar España, cuáles van a ser nuestras prioridades, la política exterior, el paro... Mi deseo es aprender lo máximo posible de la venerable Harvard, pero también quiero ponerte en bandeja una serie de valoraciones sobre la era Obama, opiniones que a bien seguro ponderarás desde tu silencio gallego para calibrar el valor de la presencia de este servidor en la gobernanza de la España que se avecina. Querido mentor, soy consciente de que son pocas las manos para iluminar el camino abrupto que nos aguarda, aunque yo, desde las Islas, siempre tengo a mano la guadaña para segar las malas hierbas que obstaculizan nuestra esperanza.

Y ahora paso a explicarte de dónde me viene el remordimiento que me aflige por la dichosa beca a Harvard. Conozco tus llamadas al equilibrio, a evitar cualquier crispación que pueda afectar a los designios electorales del 20-N, y sé del malestar que padeces por lo mal que ha timoneado Esperanza su conflicto con los profesores. Reflexiono sobre la oportunidad o no de ir a Estados Unidos ante el desasosiego que vive nuestra juventud, sometida a la mendicidad académica y a la vagancia por la carencia de oportunidades. ¿Es un privilegio ir a Harvard? Es una pregunta que me hago, y sobre la que espero algún tipo de consejo. Sabes muy bien, y así lo hemos hablado, que determinados comportamientos acordes a nuestra categoría social y profesional están ahora acorralados por la crisis. Desde las filas socialistas -a partir del 15 M- se ha iniciado una caza y captura sobre lo que debe ser correcto e incorrecto. Nos obligan a declarar patrimonios y a hacer encajes de bolillos para estar a bien con las ortodoxia de la imagen ética. Cualquier desliz puede ser manipulado hasta convertirse en una verdadera psicosis, y todo con el objetivo de dañar las excelentes perspectivas que nos depara el 20-N. Hasta hace unos años ir a Harvard a reciclarse era un mérito. ¿Tengo que esconderme por mejorar mi visión del mundo y por aceptar una beca para estar más preparado para tu destino? Y encima nos lo paga el PSOE.