Cada uno de nosotros recuerda y olvida siguiendo una pauta cuyas laberínticas vueltas constituyen una señal de identificación no menos distintiva que una huella dactilar". Es una de esas enormes frases con luz propia que Philip Roth suele trufar entre páginas de relato yermo. ¿Cabría proyectar a un pueblo esa vía de acuñación (y de conocimiento) de su identidad: las circunvalaciones y meandros de su memoria colectiva, las curvas de nivel de lo que quiere y lo que no quiere recordar y, por tanto, de lo que recuerda y lo que no? Dando una vuelta más de tuerca, y siguiendo con la metáfora de la huella dactilar, habría que preguntarse si las viejas heridas serán una cicatriz que impide la identificación, al polarizarla en la cicatriz misma. En tal caso, la recuperación de la memoria histórica, en países con un pasado como España, sería sólo una noble quimera. Nos quedaría sólo un dolor.