Estos días han caído unos importantes chuzos. El isleño, que es un ser de secano, se ve ante este acontecimiento fuera de lugar. No sabe estar. Las precipitaciones son un fenómeno que, salvo raras circunstancias, se producen en verticalidad. La nube escurre a plomo, sobre todo con el aire quieto.

Entonces, ¿por qué nos ponemos el paraguas en el hombro como el que lleva la boya colgando de la caña? Luego llega ensopado y lo tira. "Esther: otro paraguas que no sirve", dice. Y Esther, que ha ido con un gorro de ganchillo, con el agua cayéndole como una helecha, propone descambiarlo. Hay indígenas que adquieren uno nuevo tras cada temporal por este motivo. Ah, y los ñoños.

La pérdida de las ancestrales botas con suela de neumático sustituidas por boberías de diseño a 10 euros ofrecidas por las grandes superficies de material deportivo han hecho mucho daño al inocente nativo que se embarca al interior en busca de aventura pluviométrica. Vuelve con los dátiles lilas.

Cuando el dátil de un pie está lila el cuerpo, lo único con criterio que queda, envía tongas de sangre para templarlo y que no se lo amputen, restándosela a la nariz. La chopa se moquea por este disgusto y lo siguiente es fiebre alta y malestar.