Las multinacionales han sido humilladas por un simple bichejo. La cochinilla, un gorgojo que nace, crece, se hipoteca, se reproduce y muere en el envés de las pencas de un tipo de tunera, ha puesto en entredicho la capacidad de las industrias cosmética y textil para imitar las tonalidades que se consiguen con su tinte. En Lanzarote se obtiene uno de calidad inigualable que posee fama mundial y que querría para sí cualquier Cleopatra. Cuentan que una marca de ropa muy famosa, de esas que se gastan millones de euros en publicidad, puso a trabajar a sus químicos, magos y alquimistas para lograr dentro de un tubo de ensayo el color carmín que proporciona la sangre de la cochinilla. Pero no lo han logrado, incluso tras haber invertido ingentes cantidades de dinero en alambiques, en procesos de sintetización, en pruebas que nunca daban el resultado esperado. Sus directivos, que se atavían con corbatas de seda sintética teñidas con tintes sintéticos, sueñan ahora con un bicho regordete, tropical y socarrón que les niega la sangre de su secreto, por más que intenten comprarlo con burdo dinero. Han tenido que dar un golpe de timón y asumir que a veces no todo se puede comprar a golpe de talonario y que la naturaleza, aunque les chinche y les gorgoje, no se doblega tan fácilmente, incluso aunque se presente en la apariencia de un insecto en apariencia insignificante.