Puede que muchos lectores busquen un consuelo en la literatura, pero frente a la realidad brutal, muda y sin significado no hay consuelo que valga. Más aún: los escritores realistas que conciben sus obras como fiel espejo de la realidad suelen ser los que más se alejan de esta, porque le presuponen un orden narrativo del que carece. Tal presupuesto tranquiliza, por lo general, ya que ofrece una conexión y un continuum entre los sucesos. Sin embargo, la distancia entre una confortable narración y la realidad brutal del mundo ilegible es insalvable. Por eso la literatura como arte, la única que merece consideración frente a la facilona escritura realista destinada al consumo masivo y al puro entretenimiento, ha de hacerse eco de la voz del mundo fragmentario, multidimensional, carente de sentido e inaccesible. Es el modo más acertado de aproximarse a la realidad sin temerla, elevándola a ficción en su condición inenarrable y muda. Sobre esto y mucho más habla Enrique Vila-Matas en Chet Baker piensa en su arte, un relato de ficción crítica que lleva el título de uno de sus dos nuevos libros, recién publicados, en el que se incluye.

En este relato, extenso y deslumbrador, el narrador pone los puntos sobre las íes a la literatura, distinguiendo entre la ficción narrativa centrada en hablar sobre las cosas o un asunto y la ficción como arte en sí. No se trata para Vila-Matas de prescindir de la escritura "discursiva", sino de apostar por la ficción como ente autónomo que se vale de la apariencia de un rostro narrativo. Consecuentemente, defiende el estilo por encima de la trama, negando el sometimiento de la literatura a las dictatoriales leyes de la narratividad. Así, la escritura se torna más próxima a la realidad brutal e ilegible, en un movimiento que va de lo inexplorado a lo desconocido. En este sentido, Vila-Matas se sitúa en el lugar de exploración de los límites de la literatura, ahí donde la creación literaria da voz al silencio, a la negrura y a la inenarrable vida incomprensible.