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PAPEL VEGETAL

Un infierno en la isla de Safo

Conocí Lesbos en mi juventud, cuando, con todo el tiempo del mundo por delante, me dediqué varios veranos a saltar de isla en isla griega con el maravilloso relato El Coloso de Marusi, del estadounidense Henry Miller y algún que otro libro del británico Lawrence Durrell en la mano. Eran aquéllos, los finales de los sesenta, tiempos felices.

Ahora esa isla, famosa sobre todo por haber sido cuna de la poeta Safo, se ha transformado en un infierno y en la vergüenza de una Europa a la que le gusta presumir de sus valores mientras trata con cada vez mayor inhumanidad e incluso crueldad a quienes, huyendo del hambre o de la guerra, consiguen llegar a sus fronteras.

Veo las imágenes que transmiten las televisiones de todo el mundo el lamentable estado en que ha quedado el campamento de refugiados de Moira, totalmente destruido en los incendios de días pasados, y debo decir que no me sorprende, que no debería sorprender tampoco a nadie, lo que allí sucede.

Hace ya dos años, una enfermera de Vitoria que trabajaba en la ONG Médicos sin Fronteras denunciaba en la prensa española la situación en la que se encontraban los refugiados en un campamento previsto inicialmente para 3.000 personas y en las que entonces había ya al menos el triple. Mientras tanto se dice que hubo momentos en que los allí reunidos llegaron a superar los 20.000.

La enfermera, que coordinaba las actividades de la clínica pediátrica del campamento, calificaba ya entonces a Lesbos como "un gran campo de concentración". Las personas no podían salir de allí mientras no se les concediese asilo y había quien decía que hubiese preferido morir en la guerra.

La falta de higiene era ya entonces espantosa; abundaban las infecciones respiratorias sobre todo entre los niños; había cada vez más problemas de salud mental y hasta los adolescentes, traumatizados muchas veces por la violencia soportada en sus países o durante el viaje, tenían muchas veces pensamientos suicidas

Las islas griegas del Egeo no son ya la puerta de entrada en Europa para los refugiados de Oriente Medio, de Afganistán o del continente africano como ocurría en el momento álgido de la crisis de inmigración, en 2015 y la primera mitad del siguiente año.

Tanto la propia Grecia como los países del sureste de Europa como Bulgaria, Macedonia del norte o Serbia han seguido el ejemplo de Hungría, levantando vallas en sus fronteras para impedir el paso de los refugiados. El acceso a la fortaleza Europa se ha vuelto cada vez más difícil y ha subido por tanto el peaje que cobran los traficantes a quienes lo intentan.

En marzo de 2016 entró en vigor el tratado entre la UE y Turquía en materia de refugiados, que está prácticamente muerto, lo cual no impide que cuando el tiempo es bueno resulte relativamente fácil dar el salto desde las costas turcas a alguna de las islas griegas más próximas. Pero ahora los refugiados ya no pueden coger como antes el primer barco desde las islas al Pireo para desde allí intentar llegar a algún país de la Europa más rica..

Con la llegada continua de refugiados, en las islas griegas del Egeo - Samos, Chios, Kos además de Lesbos- , donde la población se había mostrado en un principio acogedora, han aumentado las tensiones no sólo por los lógicos problemas derivados de la llegada de gentes de otra religión y otra culturas, sino también porque su presencia ha asestado un duro golpe al turismo, del que viven muchos griegos.

El primer ministro griego, Kynakos Mitsotakis, que durante el anterior Gobierno de Syriza había prometido a los isleños que arreglaría la situación en cuanto llegase al poder, ha tratado de aligerar el campamento de Moria, permitiendo el traslado a la Grecia continental al menos a aquellos refugiados que habían visto reconocido su derecho de asilo, lo que ha provocado fuertes tensiones también en Atenas, donde muchos refugiados han levantado sus propios campamentos ilegales.

En Moria, la situación, siempre explosiva, se vio últimamente complicada por el descubrimiento de un caso positivo de virus en un refugiado somalí que había abandonado previamente el campamento pero que, al no encontrar trabajo en Atenas, había regresado, ya infectado, al mismo, donde contagió a otras personas. Lo que hizo que las autoridades decretara el total confinamiento de los allí reunidos.

Las organizaciones de derechos humanos denuncian que el actual Gobierno de la conservadora Nea Demokratia ha endurecido todavía más la política ya muy dura del anterior de Syriza como única forma de disuadir a quienes pudieran verse tentados a dar el salto desde la vecina Turquía. Incluso se habla de prácticas contrarias al derecho internacional como es la expulsión por tierra o por mar a Turquía de quienes habían conseguido pisar suelo griego. Todo ello mientras Bruselas mira para otro lado.

El mensaje que se trata de transmitirles a quienes huyen de la violencia o la miseria, como reconoce el alemán Gerald Knaus, uno de los inspiradores del acuerdo entre la UE y Turquía, es éste: "Mejor quedaros en Turquía porque en la Unión Europea se os va a tratar todavía peor".

¡Una vergüenza!

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