Los lectores habituales de Marina Castaño sufrimos una extraña sensación cuando nos enfrentamos por primera vez a La colmena. Habituados por la inigualable prosa de la genial literata a detectar hasta las mínimas armonías del lenguaje, en esa novela de un tal Camilo José Cela localizamos de inmediato la musicalidad y la cadencia en los diálogos que caracterizan la obra de nuestra escritora favorita. La sospecha lindaba con la certeza, que ahora se remata inapelable.

Castaño acaba de declarar, en una celebrada entrevista con Vanity Fair, que era la asesora de lecturas del tal Cela. Ella le sugería: "Mira, esto merece la pena'. Si no, ni se molestaba en ver lo que llegaba a casa". Nos hallamos de nuevo frente a la estampa del varón perezoso y sultanesco, que alcanza fama y crédito merced al celo de una mujer que es el auténtico sustento de su personalidad. La eximia escritora confirmaba que su papel de eminencia gris no se ceñía a la organización del programa de lecturas. Guiaba asimismo la oratoria de su esposo. "Cuando hablaba en público, sólo con mirarme sabía si lo que hacía estaba en línea con lo que debía hacer. Yo le daba la pauta y él ya seguía".

Es decir, Castaño no sólo indicaba al tal Cela lo que tenía que leer. También orientaba su discurso, con lo cual se erigió en la brújula moral de su marido y, en consecuencia, de todo un país. El peldaño siguiente fluye como un salmón río arriba, la escritora que más nos estimula también escribió La colmena, que los académicos vienen atribuyendo erróneamente al tal Cela. Y al adscribir la novela a su verdadera autora, ese libro hasta ahora ignorado adquiere su verdadera talla monumental.

La confianza en nuestros argumentos nos permite refutar los argumentos contrarios a nuestra hipótesis, sin escamotear ninguno. Por ejemplo, los críticos más peliagudos reseñarán que la primera edición de La colmena viene fechada en 1951, años antes del nacimiento de la singular mujer. Objeción falsa y torticera, porque la aparente incongruencia cronológica sólo amerita la excepcional precocidad de la pródiga autora. La colmena, de Marina Castaño, porque la justicia también existe en literatura. ¿Y no han notado ustedes demasiados puntos comunes entre la obra de la celebrada autora y los títulos de un tal Delibes? (Próxima entrega, "Belén Esteban: 'A Stieg Larsson le bastó una mirada mía para escribir Millennium de un tirón").