La del chivo expiatorio es práctica antiquísima: se descargaban simbólicamente sobre un macho cabrío las culpas de la tribu y luego se le echaba al desierto. Ante cualquier catástrofe se sigue haciendo igual. Casi nadie previó la crisis que puso fin a la orgía económica de una década, y en ésta participó, insuflando euforia y prácticas de alto riesgo (o consintiéndolas), casi todo el que tenía mando económico, empresarial o político, a partir de sargento, así como una masa ingente de inversores en Bolsa, fondos, ladrillo y otras mesas del casino global. Ahora, en medio de la devastación, en lugar de cuestionar la absurdidad del sistema, y corregirlo a fondo, algunos buscan chivos expiatorios, como hace el FMI con Rodrigo Rato: todos los que en esa santa casa no dijeron palabra dicen ahora que es porque no osaban contradecir al jefe. Peor que la imprevisión o el error es la desvergüenza.