Tengo una amiga coqueta, femenina y extravagante a quien le gustan los zapatos más que comer con los dedos y su obstinación por ellos raya en la locura. Servidora de ustedes, que soy despistada desde que abrí los ojos al mundo, había quedado junto a mi virtuoso esposo en que esta amiga y su cónyuge nos recogieran con su automóvil (coche) en casa para acudir a una cena en un restaurante de la ciudad donde nos esperaban otros buenos amigos. En mis prisas por arreglarme y metida como siempre en mis distracciones, me calcé un zapato azul claro (que pegaba con el vestido) y otro rojo (encarnado), que no pegaba absolutamente nada, y así salí al sonido del claxon del automóvil, uy, "claxon", qué fina yo, (pita, bocina del coche) de mis amigos. Al salir del mismo y en dirección al restaurante, mi amiga observó (cómo no) detenidamente mi calzado, y en un arrebato de curiosidad exagerada me dijo, "¡qué fashion! ¿Ahora se llevan distintos en modelo y color? ¡Me parece una moda divertidísima y mañana mismo la pongo en práctica!" Perpleja (asorimbada) me observé alarmada viendo con estupor mi lamentable error y casi me da un desmayo (fatuto), pero como el Creador me dotó de una notable dosis de humor, lo mejor que heredé de mi abuelo materno, aún habiéndome quedado helada, apareció mi respuesta con un, "¿te gustan? Se los vi en una revista a Carolina de Mónaco y la copié porque me pareció originalísimo". "¡Originalísimos!", contestó ella sin dejar de observarlos. Y haciendo servidora un esfuerzo por contener la risa, continuamos en dirección al restaurante, mientras mi amiga no perdía de vista el objetivo y yo le hacía creer con mi falsa seguridad que iba a la última.

Contarles cómo acabó el equívoco es obvio, dado que ante el resto de los amigos expliqué divertida mi despiste, mientras la coleccionista de zapatos, muda (callada como un tocino), quedaba hundida en el pozo de la decepción. Y es que la vida deberíamos de tomarla más a broma, abordarla con cierto humor, porque no merece la pena que nos abrume el alma ni nos torture su oleaje, ya que nada es eterno en esta vida y sólo vivimos tres días y medio. ¡Qué le vamos a hacer!