D espués de leer en LA PROVINCIA/DLP la metonímica noticia de que EEUU había anunciado que el próximo día 21 diciembre no se producirá el tan esperado -por ellos- fin del mundo, he respirado una fuerte bocanada de aire. Digo por ellos porque esto no es cuestión de milenarismos o esoterismo, sino más bien de prácticas sibilinas del imperio.

Para desmentir tal prehistórica preocupación, han consultado al oráculo. El oráculo es Wall Street y como en la antigua Grecia se puede equivocar. Tiene también en nómina a la pitonisa que no es otra que el pentágono y por último tiene línea directa con dios, con ese dios menor que se ocupa del bienestar de unos a costa de la beneficencia otros.

Este final no lo predijo ni siquiera Fukuyama, aunque en la tesis de éste no habría cataclismo final, sino la bandera del progreso -léase barbarie, neoliberalismo- proclamando al viento el fin de la dialéctica entre posiciones opuestas: triunfó -escribía- el modelo capitalista. Fukuyama contaba con argumentos de fuerza en este análisis: la economía financiera es la ideología del capitalismo que como ente autónomo se acomoda a la historia y la demuda a antojo.

Hasta ahora, los finales de la historia -que en algunos casos no cuentan con el ser humano como sujeto actuante, sino más bien como elementos cuantificables, cifras, guarismo, estadísticas-, no se han dado aunque el cansancio de la propia historia y su miseria bajo la alfombra vayan camino de lo contrario.

Porque no es lo mismo el fin del mundo que el fin de la historia; el fin del mundo con su naturaleza cósmica hacia la catástrofe y el fin de la historia en el tiempo que con el ser humano como sujeto actúa con sus acciones. Desde posiciones filosóficas y teológicas es más interesante el tiempo y la historia que resta, que el derrumbe de los muros de la tierra hacia el abismo sideral. Convertida en monstruo la economía cambiaria resulta ser una pandemia para la que no hay vacuna, pues la economía ha mutado en ideología y nos pone al borde de otra historia. De otra historia económica de la que se han desafectado hasta los tecnócratas, que salen huyendo no sea que los coja su propio final.