Lo que caracteriza a la sociedad de consumo es, más que otra cosa, su capacidad para acomodar la cosa -cualquier cosa- al gusto. De esa manera queda asegurado que pueda pasar de mano en mano. La que se conoce ya como niña de Lozoya -restos humanos de una niña de hace 40.000 años- tiene todos los ingredientes: su condición de tierna criatura, la probabilidad de que fuera pelirroja (una tierna niñita algo rebelde, pues), la excelente dentición (niñita rebelde pero muy sana), la muerte prematura (pobre niñita), y, sobre todo, el hecho de que al ser el primer madrileño bien identificado, ayude a desmentir esa idea de Madrí sin pedigrí. La niña de Lozoya, que ya tiene dibujo, será en seguida un icono de la capital, tendrá un monumento, o varios, y quizás acabe siendo imagen corporativa. O sea, la niña de Lozoya será artista, y ejemplo por tanto para las nuevas generaciones.