Hay que hacer la pregunta: si el paro estuviera ya en el 6 por ciento, ¿sería puesto a caldo el presidente Obama por no habernos devuelto ya al pleno empleo?

La pregunta viene a la cabeza como consecuencia de los éxitos de los rebeldes libios contra Muamar Gadafi. Es notable lo reacios que son los rivales de Obama a reconocer que, a pesar de todas las predicciones de que su política de intervención limitada nunca podría funcionar, en realidad funcionó.

Digamos antes que nada que la derrota de Gadafi fue ingeniada no por potencias extranjeras, sino por una valiente rebelión organizada dentro de Libia por su propia población.

Pero ésa es la idea. Estados Unidos no tiene ningún efectivo destacado en Libia, lo que significa que nuestros militares no se encuentran en el centro -ni son responsables- de lo que inevitablemente será una fase caótica y probablemente peligrosa. Nuestras filas no sufrieron ni una sola baja. La intervención militar de Occidente, crucial para los rebeldes, fue un genuino esfuerzo de coalición encabezado por Francia y el Reino Unido. Ésta no fue una revolución de factura estadounidense, y tanto nosotros como Oriente Medio estamos mejor así.

Lo que hicieron la OTAN y sus aliados, como nos informan los enviados de este diario Karen DeYoung y Greg Miller, fue ayudar a los rebeldes "a montar una agresiva estrategia de tenaza durante las últimas semanas, proporcionando información de espionaje, asesoría y ataques aéreos más frecuentes que ayudaron a llevar al colapso en Trípoli a los efectivos de Muamar Gadafi".

A mí me suena a política de éxito.

Pero aun así ninguna obra de Obama queda sin castigo. En mitad de las esperanzadoras noticias, los senadores John McCain y Lindsey Graham difundían una declaración diciendo que, bueno, qué pena que Obama lo entendiera al revés.

Tras anunciarse los logros de los rebeldes, no pudieron resistirse a añadir esto: "Los estadounidenses se pueden enorgullecer del papel que ha jugado nuestro país a la hora de ayudar a derrotar a Gadafi, pero lamentamos que este éxito tardara tanto en producirse a causa del fracaso de Estados Unidos a la hora de emplear todo el peso de nuestra fuerza aérea".

Menos de seis meses y ninguna baja estadounidense obviamente no bastan. ¿Tendríamos que haber hecho esto igual que hicimos las cosas en Irak? Pero tal vez los dos republicanos se avergonzaban de su formación, dividida entre los que creen que Obama se equivocó al no hacer más y los que dicen que no debió haber hecho nada.

"De nuevo, nosotros, los de Estados Unidos, no hemos definido el resultado que creemos que debería darse", decía en marzo el senador republicano por Indiana Richard Lugar. "El hecho es que ahora mismo no nos podemos permitir más conflictos". El precandidato presidencial republicano Jon Huntsman anunciaba hace poco: "No tenemos ningún interés claro en juego, no tenemos ninguna estrategia de salida".

Ah, ¿y cómo olvidar la coletilla de que Obama era "el calzonazos" obligado a intervenir por "estas valkirias de los asuntos exteriores?" Lo segundo es la memorable fórmula del redactor especializado en política exterior Jacob Heilbrunn para describir a las tres mujeres de la administración de Obama -la secretaria de estado Hillary Clinton, la embajadora ante la ONU Susan Rice y la asesora Samantha Power-, partidarias las tres de la intervención.

Firmando en la web del National Review, el activista Mark Krikorian llegaba a la conclusión de que la moraleja del proceso de decisión de Obama es que "nuestro comandante en jefe es un decadente indeciso manipulado por sus subordinadas".

A la luz de estos comentarios hay que rendir homenaje al único ex funcionario republicano dispuesto a reconocer algún mérito a Obama. "Me conté entre los críticos de la postura de 'liderar a la zaga", declaraba a Los Angeles Times L. Paul Bremer III, antiguo enviado del presidente George W. Bush a Irak. "Me parece que como propuesta genérica no es buena postura para Estados Unidos. Por otra parte, me parece que el resultado debería dar cierto grado de satisfacción a la administración. Acabó funcionando después de todo". Sí, lo hizo.

¿Qué debería sacar Obama de todo esto? Tiene que aprender la diferencia entre las políticas sobre el terreno, salidas de su intuición natural, y los compromisos incoherentes y pesados con rivales que van a decir que se equivoca con independencia de lo que suceda.

Obama hizo uso de la gran libertad de la que disfruta en política exterior para definir la forma de la intervención en el caso libio según sus propios términos. "Es cierto que América no puede hacer uso de nuestro ejército allí donde haya represión", decía. "Pero eso no puede ser la excusa para no actuar nunca en defensa de lo correcto".

Eso tiene mucho sentido. El presidente Obama debería recordar que la moderación constante es algo muy diferente de empeñarse constantemente en dar cabida a detractores que no quedarán contentos hasta que puedan devolverle a la enseñanza universitaria.