El obispo Cases volvió ayer sobre la crisis y sobre las respuestas que adeudan a los ciudadanos los políticos acerca de por qué empezó, qué se debió hacer que no se ha hecho y -en la más pura tradición judeocristiana- quiénes fueron los culpables y cómo han pagado. Es el mismo razonamiento que ya hiciera el pasado año, también a resultas de la festividad de la Virgen del Pino. Una coincidencia que, por desgracia, no tiene más razón que la persistencia de la mala y preocupante situación económica mundial.

Sin embargo, esta vez hay 50 millones de euros que chirrían en las palabras del mitrado. Los que se gastaron (no confundir con inversión) en la visita del Papa Ratzinger a Madrid, con ocasión de la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud en agosto. De los 50 más de 15 no se recuperarán. Son los que corresponden a las deducciones fiscales a las que tienen derecho los patrocinadores del encuentro que, claro, hicieron negocio.

Está bien que Cases ensalce el supuesto amplio predicamento de la Iglesia entre la juventud. ¿Pero la crisis no rige también para estos dispendios? O es, como la pobreza, ¿la crisis y las creencias van por barrios?