Hora uno. Llega un accidentado en moto al servicio de urgencias. Un mal giro en el Sur. Un cartel indica que está prohibido hablar por el teléfono móvil. Una veintena de personas aguarda en la sala. Hora dos. No ha habido ningún movimiento. Una mujer, sentada justo bajo el letrero, decide comunicarse con su marido. "Esto es una vergüenza, ¿tú te crees que llevó aquí desde las doce y no me han visto?". Tercera hora. Llaman a cuentagotas. El motero se ha quedado semidormido. De vez en cuando abre los ojos y parece preguntarse dónde está. Llega una madre con un niño de unos dos años que no deja de llorar. El tiempo se ha empantanado. Hora cuatro. El hombre que dice llevar cuatro horas esperando con el chinijo enfermo en brazos estalla contra los profesionales, que están en cuadro y hacen lo que pueden. "¡Y luego quieren cobrar más!". Hora cinco. De los veinte del principio quedan al menos quince. Hora siete. Las caras se han hecho tan largas como una sombra a la puesta del sol. Hay, y a ratos, tres doctores para todo. De fondo llega el sonido de la Televisión Autonómica, la nuestra. Hora ocho, en el exterior. Un tibio día canario de invierno. Las Afortunadas se han quedado en eso.