A veces todo se viste de extrañeza en estas islas. Olvidado de ti mismo, vagas de la arena de Las Canteras hacia la orilla cuando una megafonía propia de una película futurista te avisa de la amenazante presencia de aguavivas, con una voz metálica e impersonal que te traslada a las páginas más inquietantes de 1984 de Orwell o a una angustiosa escena de Blade Runner, porque se han empeñado en que la modernidad debe ser así, aséptica y estúpida. Es lo que sucede cuando solo se aspira a ser moderno y no eterno, como dijo el pintor Egon Schiele.

Las palabras que escupe el altavoz del pretendido símbolo de ultramodernidad echan a volar sobre este archipiélago de aulas saturadas donde los niños obtienen los peores resultados del país, centros de salud masificados, sobre el despacho de la Consejería de Hacienda, donde se cuece el conjuro colectivo de que saldremos antes de la crisis, mientras que en realidad la economía insular se hunde casi más que en ninguna otra comunidad autónoma.

Esas palabras, si tuvieran ojos, verían a los políticos corriendo como posesos de isla en isla con tijeras en la mano, cortando cintas, cercenando sobre todo la ilusión de que son capaces de comportarse como si los demás no fuéramos tontos. A nadie se le ha ocurrido instalar sistemas de megafonía para alertarnos de que se acercan candidatos en campaña. Al final, porque la robótica voz de acero no se equivoca nunca, arriban las medusas, muertas, azules, incluso bellas. Yacen sobre las piedras, también a lo largo del Confital, cerca de las botellas rotas de cerveza y ron. A lo mejor venían a ver al nuevo "símbolo", el también vociferante Tritón.

Mientras la titánica escultura brama con su caracola, convocando a no se sabe qué o quien, apabullando, exigiendo miradas y admiración, por otra esquina del mar, silencioso, el nadador paralímpico grancanario Enhamed Enhamed se va con sus medallas de oro a representar a Baleares, a su pesar, porque aquí nos conformamos con bronces huecos y voces vacías.