A uno le queda algo de dinero después de pagar la sanción por ganarlo con honradez; con la pasta liberada y para no esconderla en el calcetín, compra un piso, acto punible (aunque haya pagado más de lo que vale), gravado con el IVA, transmisiones, peajes registrales y plusvalía municipal; pagados piso y pena, ha de apechar cada año, mientras no escarmiente, con el IBI, radicación, etcétera. Ahora, el asalto al patrimonio viene a morder este inmueble menguado y con más derramas que el pez de Hemingway, pero ya no le aconsejan venderlo, no está el mercado para bollos, y si lo descubren regalándolo, lo crujen; quien carezca de ingresos para tanto peaje tendrá que liquidarlo. Y así desaparecerá el contribuyente, caerá el valor del Catastro y del solar patrio, y emigrarán sus hijos con una mano delante y Rubalcaba detrás. Los impuestos son necesarios; la injusticia no.