Si un currante pierde el empleo, lo pasa mal, sobre todo cuando encontrar un nuevo trabajo es harto difícil. El subsidio se agota, los ahorros se funden, llegan las amenazas de embargo. Y todo ello, probablemente, sin que el afectado haya incurrido en ningún fallo profesional.

Si a un pequeño empresario se le hunde el negocio porque los clientes también están hundidos y encima no pagan lo atrasado, lo va a pasar peor, porque de subsidio, nada, y los ahorros los había invertido en su empresa. Se va a tener que comer la maquinaria con patatas.

Pero si un gran ejecutivo de una gran corporación la lleva al borde de la ruina con sus malas decisiones, lo peor que puede pasarle es que le cesen con una indemnización equivalente al sueldo de treinta años de un empleado medio. Luego, si los nuevos gestores levantan la situación, ejecutará las opciones sobre acciones con que fue recompensado por episodios especulativos que contribuyeron a las posteriores dificultades. Y en su día cobrará el plan de pensiones que la firma dotó generosamente. Hasta entonces, será contratado por los amigos que ayudó a enriquecerse.

Se dirá que las sociedades anónimas son libres a la hora de contratar y remunerar a sus ejecutivos, lo que es cierto. Tan cierto como que los altos ejecutivos manipulan a su antojo las juntas generales de las grandes corporaciones, las que son propiedad formal de decenas de miles de pequeños accionistas que no pintan nada. Si la firma se hunde, ellos pierden su inversión, pero el gran ejecutivo sale forrado.

Las cajas de ahorros no son sociedades anónimas (aunque se estén metamorfoseando en bancos), y por ello cabría esperar de sus máximos directivos que tuvieran la decencia de irse de vacío y pidiendo disculpas en caso de hundimiento por gestión imprudente. En lugar de ello, vemos cómo perciben indemnizaciones de vértigo: 23 millones costó la salida de los tres mayores cargos de Nova Caixa Galicia, que ha requerido del estado casi cuatro mil millones, entre la inyección del año pasado y el presente rescate. No menos escalofriantes son las cifras de la CAM. Y lo que se irá sabiendo.

Prometo considerar la posibilidad de dar mi voto a quien esté dispuesto a acabar con tan escandaloso estado de cosas, que no tiene nada que ver con la libertad de empresa. Esta se basa en el riesgo creativo, en la apuesta por las propias capacidades y en el peligro de perderlo todo a cambio de la esperanza de ganar mucho. Lo de mover los hilos para sacar tajada así a las duras como a las maduras es otra cosa. ¿Cómo se llama a quien se enriquece hundiendo un barco?