Las acusaciones vertidas durante años sobre los presidentes norteamericanos que cuando llegaban a las reelecciones se comprometían en invasiones o guerras, con o sin mandato de las Naciones Unidas, parece repetirse ahora pero con un sustancial cambio geográfico y político. La Europa del derecho internacional, de la dignidad humana, de la ética económica de Francisco de Vitoria, de la Ilustración, de la escuela de Franfurkt; esta Europa de revoluciones en el camino de la humanidad nueva, del relativismo posmoderno y de todos los ismos que en cien años han producido tanta confusión que hasta la filosofía se hizo problema de sí misma. Esta Europa que se compromete en una guerra con el eufemismo de injerencia humanitaria o intervenciones con daños colaterales, ha decidido vaciar sus depósitos de armas e ir a por el petróleo. Con más vergüenza que gloria por la diplomacia errada, la nula coordinación y el débil argumento de salvar al pueblo libio, ha llegado a un momento crucial para su identidad como federación más allá de lo económico o cultural, pues con un acervo tan importante no ha superado el ejercicio de responsabilidad histórica que le corresponde.

La iniciativa de Zapatero, el primero en solicitar una intervención y viajar a Túnez, y la esperpéntica salida de Sarkozy bombardeando sin avisar a sus aliados; la inutilidad del gobierno italiano al que llega el 35 % del petróleo libio, y cientos de miles de millones de euros a sus bancos y empresas, está copiada del marketing político norteamericano cuando hay elecciones a la vista.

Nadie se cree ya lo que cuentan, la manipulación de la información de estado junto a una crisis que ya tira de España hacia la región de la nebulosa redistributiva capitalista, no deja de ser alarmante éticamente. Pero en esta ocasión, la Europa de los derechos humanos, de la corte penal internacional, del multiculturalismo afectivo, solo ha servido como placebo para mentes que tienen en el rédito político, la obsesión del poder y la falta de ideología, su proyecto.